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La ausencia de Donald Trump en la toma de posesión de su sucesor en el cargo de presidente de los EEUU, Joe Biden, la primera vez que sucede en los últimos 150 años, es una anécdota más que se suma a un acto atípico por las exigencias de la pandemia.

Biden, junto a la vicepresidenta Kamala Harris –la primera mujer que accede a este puesto de responsabilidad–, inicia un mandato cuya máxima prioridad no es otra que recuperar la unidad del país. La derrota de Trump ha generado un enorme clima de crispación social al negarse a admitir los resultados electorales, una actitud que ha mantenido hasta momentos antes de abandonar la Casa Blanca. En este contexto resulta lógico que la primera intervención de Joe Biden debe interpretarse en clave interna.

Con su alegato en favor de la victoria de la democracia, el nuevo presidente quiere alejar cuanto antes cualquier sombra de duda sobre la legitimidad de su victoria sobre su predecesor. Biden es la esperanza para una nueva era en las relaciones internacionales de EEUU, parcela en la que han primado los exabruptos. Llega, sin duda, otra forma y estilo de hacer política en Washington para sosiego de las principales capitales del mundo; al menos de manera momentánea. Queda por ver cómo se rehacen las alianzas y las complicidades rotas a partir de ahora, la gran baza para Europa y por extensión nuestro país.