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Las elecciones autonómicas de Cataluña se plantean, desde el Gobierno de Pedro Sánchez, como una oportunidad de oro para resolver el ‘conflicto catalán’. La candidatura del exministro Salvador Illa como cabeza de cartel del PSC pretende aprovechar el tirón que le otorgan las encuestas, aunque el sondeo del Centre d’Estudis d’Opinió –organismo dependiente de la Generalitat– pronostica una victoria para el independentismo, con un empate técnico entre ERC y JxCat, mientras que relega a la tercera plaza a los socialistas.

Al mismo tiempo, los jueces no aceptan la desconvocatoria de las elecciones, a pesar de los pésimos datos de la pandemia en Cataluña. Seguir adelante en esta cita con las urnas es una auténtica temeridad sanitaria y una jornada electoral que puede ser una bomba de propagación de contagios. Todo ello puede desembocar en una tasa de abstención que restará legitimidad a los resultados. Para enrarecer más el ambiente, la Generalitat concede el tercer grado a los políticos encarcelados por el procés independentista. Demasiados elementos que distorsionan estas elecciones, de enorme trascendencia. Este próximo 14-F se aleja del objetivo de ser una solución y una oportunidad.