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La comisaria europea de Salud, Stella Kyriakides, reiteró ayer la confianza en la vacuna de AstraZeneca. Los países miembros respaldan la Agencia Europa del Medicamento, que advirtió de «efectos adversos» graves. Las dudas han motivado decisiones contrapuestas entre las autoridades: en España la comunidad de Castilla-León paralizó por cautela el uso de AstraZeneca.

La Agencia Europa insiste en que los beneficios superan los posibles efectos secundarios, con una bajísima incidencia respecto al número de personas inoculadas. Renunciar a la vacuna de Oxford daría al traste con la campaña de vacunación, al ser la que más se utiliza en la UE. Y los otros preparados –Pfizer y Moderna– no tienen capacidad suficiente para sustituirla. Otro tanto ocurre con la Janssen.

Es preciso acabar con la incertidumbre y aunar los criterios en toda la UE con respecto a AstraZeneca, porque las divergencias actuales solo acaban incrementando la confusión y las reticencias de la población sobre una cuestión donde la urgencia es una prioridad para atajar la pandemia del coronavirus. La vacuna inocua no existe en estos momentos y constituye un grave error alimentar el desconcierto entre los ciudadanos.