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El inesperado y brutal ataque de las milicias de Hamás a Israel, que se había saldado con más de un centenar de judíos muertos y el doble de árabes fallecidos, ha hecho estallar el polvorín de Oriente Medio. El primer ministro israelí, el discutido Benjamin Netanyahu, ha declarado que su país está en guerra contra los combatientes de Gaza y se teme que la respuesta de su Ejército aumente el baño de sangre en la región. Es un terremoto en una zona muy sensible que puede convertirse en un avispero. El golpe sin precedentes de Hamás ha recibido una condena de gran parte de la comunidad internacional, que ha salido en defensa de Israel.

Ahora, con comandos árabes todavía infiltrados en el otro país y con decenas de judíos secuestrados, el conflicto plantea un horizonte muy negro. Todo indica que no se tratará de las escaramuzas que se sostienen en la frontera de Gaza, sino de una auténtica guerra, donde los dos bandos sufrirán muchas bajas y la destrucción en la franja será dantesca. El ataque supone una humillación para las fuerzas armadas de Israel. Sus servicios de Inteligencia no detectaron lo que se avecinaba.

Todo indica que las milicias de Hamás han recibido ayuda material y entrenamiento de las fuerzas iraníes, enemigos de Israel y que en numerosas ocasiones han abogado por la «eliminación total» del Estado hebreo.