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Tras décadas en que prácticamente había desaparecido, la heroína, la droga más letal, vuelve a un primer plano. Es una terrible noticia porque a finales de los años ochenta y principios de los noventa el polvo blanco devastó a una generación de jóvenes enganchados a esa sustancia; muchos fallecieron por sobredosis y otros sufrieron secuelas irreversibles. Las autoridades deben extremar la vigilancia y la prevención para que esta oleada no se convierta en una epidemia.

La lacra de la droga devasta a familias enteras. No sólo sufre el enfermo, sino también todo su entorno. Es un problema de graves consecuencias sociales al convertir a jóvenes con un futuro por delante en marginados, sin expectativas laborales, expuestos, a un triste final. Antes la heroína era una droga muy marginal, pero hoy es consumida por todo tipo de adictos. La Policía Nacional y la Guardia Civil deben actuar con toda la contundencia posible contra los narcos que venden esta sustancia, pero la respuesta policial no es la única para afrontar este desafío. Las administraciones han de potenciar y ayudar a las asociaciones que combaten las adicciones, para socorrer a los jóvenes atrapados y protegerlos de su entorno hostil. La educación y la formación también son herramientas claves para que los más jóvenes entiendan el poder destructivo de la droga.