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La pretensión de Sanidad de modificar la ley antitabaco, vigente desde 2006, ha vuelto a poner en pie de guerra al sector de la hostelería, que anuncia una debacle sin precedentes. Quiero pensar que ya será menos y que si la prohibición es absolutamente general, los fumadores se acostumbrarán como ha sucedido en otros países.

Pero entiendo a los hosteleros y a los fumadores más beligerantes. Es lo que tiene esto de legislar al estilo "un pasito p'alante, un pasito p'atrás". Si la ley actual hubiese sido más contundente, con una polémica y una tramitación parlamentaria hubiese sido suficiente; los empresarios responsables se hubieran ahorrado una inversión; y, la disminución en la tasa de infartos de miocardio -expertos catalanes la han estudiado durante el periodo de vigencia de la ley- hubiera superado, previsiblemente, el 11 por ciento en hombres y el 9 por ciento en mujeres. Lo que no queda tan claro si el descenso en el consumo de tabaco hubiese sido mayor.

Tras el bajón inicial, este consumo ha repuntado -el 31,5 por ciento de la población mayor de 16 años se declara fumador- algo que la Organización Médica Colegial atribuye a "cierta relajación" en la aplicación de la norma. Si el objetivo es atajar este hábito por su repercusión en la salud, quizás, sería suficiente con incidir en su cumplimiento y dejar la reforma para más adelante, no vaya a ser que el sector acierte en sus pronósticos con la que está cayendo.