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?Salvador Giménez Valls
Obispo Administrador Apostólico
Independientemente de los tiempos de bonanza económica o de crisis asfixiante, como la actual, cuando llegan estos días aparecen indicaciones festivas de una celebración y los deseos explícitos de felicidad para todos en calles, plazas y comercios. Nuestro mundo sabe que los cristianos estamos alegres por el nacimiento de Jesucristo en Belén hace más de dos mil años. Y lo procuramos manifestar a todos con autenticidad en los deseos más profundos. Este acontecimiento es una buena noticia para toda la humanidad.

Desde las páginas de este periódico, que llega al corazón de tantas familias de Menorca, deseo que el estilo de vida que nos trae Jesús sea acogido por todos los que nos llamamos cristianos: amor y cercanía sin excepciones ni barreras de ningún tipo; paz entre todos los pueblos y personas, distribución de los bienes entre todos los seres humanos sin acumulaciones excesivas por parte de unos ni carencias absolutas por parte de tantos otros.

Que ese mismo estilo de vida sea conocido por todos aquellos que mantienen indiferencia, incredulidad o rechazo para que, con relaciones fraternales, sea respetada y compartida la alegría de esta fiesta. El nacimiento de Jesucristo nos devuelve el candor y la ternura de los niños, nos hace más cercanos a los semejantes y nos compromete a un servicio más auténtico hacia los necesitados de nuestra sociedad.

Es para los cristianos una fiesta muy significativa. La queremos vivir sin jolgorios estridentes y sin aparentes luces o comidas excesivas. Deseamos que los sentimientos de Dios que se hace hombre lleguen a todos los seres humanos. Son sentimientos de paz, de solidaridad, de amor entre todos. Es anuncio de felicidad compartida y de ausencia de sufrimiento y soledad de unos y otros. Y todo ello vivido desde la profundidad del corazón y de la autenticidad de vida, Huyendo de las palabras vacías o de los deseos que no comprometen a nada. Los cristianos necesitamos vivir la coherencia con las enseñanzas de Jesucristo, cuya fiesta del nacimiento celebramos y nos ofrece a todos el amor y la paz.

Esta fiesta de la Navidad es también para todos los ciudadanos un motivo para preguntarse cómo experimenta nuestro mundo los anhelos de paz y fraternidad, cómo se compromete cada cual en la ayuda a los demás y cómo sirve a los que con él conviven.

Unos y otros somos hermanos del Niño que nace en Belén. Somos hijos del mismo Dios.

Todos nos deseamos la felicidad en esta gran celebración.

Y en nombre de esta comunidad diocesana pido al Señor que os bendiga y que su felicidad llegue a todas las familias de la isla.