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Le queda justo un mes. El presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, tomará posesión de su cargo el 20 de enero y con ello asumirá el liderazgo de la primera potencia mundial. En unas pocas semanas, pues, el nuevo inquilino de la Casa Blanca iniciará un mandato que, pese a presentarse cargado de ilusión y confianza para el pueblo norteamericano, deberá conceder especial dedicación a la política exterior.

La crisis y las prioridades económicas no pueden relegar a un segundo plano la actividad diplomática y política que persigue el desbloqueo de los grandes conflictos regionales. El problema de Oriente Medio sigue enquistado y ahora el brazo armado de Hamás rompe la tregua en Gaza con nuevas acusaciones al Gobierno israelí. En África persisten guerras que además de numerosas víctimas retrasan la estabilidad y el desarrollo de los países enfrentados. En Asia, el terror y la muerte en Iraq y Afganistán siguen sumando tragedias; y el crecimiento de China choca con la cerrazón política del régimen. A Obama le aguarda una agenda internacional muy complicada. Bush no le ha facilitado en absoluto la labor, sino todo lo contrario. El presidente no podrá conformarse con tomarle el pulso a Wall Street.