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José María Pons Muñoz
El escribidor siempre tuvo muy sabido de lo que tenía o no tenía que ser informador, en ese menester siempre puso gran cuidado. Creo que es la primera vez que hemos sentido la inquietud de la duda a la hora de ponernos a escribir sobre un tema concreto. Y si ahora nos hemos decidido, es porque después de darle muchas vueltas, hemos pensado que este artículo sea un homenaje, un sentimiento de apoyo, de cercanía, de cariño hacia una familia a la que apreciamos desde hace años, una familia trabajadora, sencilla, muy buena gente, a los que la carretera les ha arrebatado a uno de sus miembros, a un ser tan querido como era su Rocío, en una curva traicionera de uno de esos malditos puntos negros de las carreteras españolas, que las autoridades saben que existen, pero que no arreglan.

Dos días antes, el viajero, fiel a sus citas gastronómicas, se sentaba en el luminoso comedor de Casa María, en Mestas de Con, y como siempre hacemos, saludábamos antes que nada a Isabel Cofiño, cuñada de Rocío, a su hermana María, y a doña María Eulalia López, la madre de Rocío, a la sazón, fundadora y alma mater de este acogedor restaurante. Un restaurante, por cierto, del que puedo decirles que calidad- precio, no lo van a encontrar en toda Asturias. Un restaurante siempre limpio, primorosamente atendido por Isabel y María, dos profesionales en sala como la copa de un pino. Al viajero, cuando el día avisa que uno de los placeres en los viajes es la gastronomía, y a poder ser, gastronomía de la zona donde nos encontremos, estando por los Picos de Europa procurará, aunque tenga que hacerse para ello 40 ó 50 kilómetros de carretera, ir a comer a Casa María, donde siempre comió muy bien gracias a esas dos magníficas cocineras, doña María Eulalia y su hija Rocío.

Tan sólo dos días antes habíamos disfrutado de una cocina honradamente elaborada. El arroz con leche de esta casa es una obra de arte culinaria, en ninguna otra parte lo he comido mejor. La fabada, el potaje, el cachopo, el puerro relleno, sus magníficos quesos, son para el gastrónomo, en sus trashumancias por Asturias, un placer que se le ha hecho una costumbre a la hora de almorzar, un ritual lúdico, con el que cumple tan a gusto. Pero cuán distintas pueden llegar a ser las cosas en un instante. Aquella mañana estaba urbayando (lloviendo), esa lluvia fina, tan asturiana, una mala curva y? Al día siguiente, cuando acudíamos para estar al lado de esta familia, nos encontramos a los padres de Rocío, y a su cuñada, Isabel Cofiño, rotos por el dolor. Por un momento pensé que a Santa Teresa de Ávila, patrona de los gastrónomos, le debía de hacer falta en el cielo una buena cocinera, y Rocío lo era.

Con las claras y transparentes del río Güeña, tan a la mano del restaurante Casa María, vendrá cada día el sentir juvenil de una gran cocinera para animar a los que ahora se enfrentan sin su presencia, en su cocina, a sartenes y pucheros. Para animarles, para que sigan contando con su fuerza, con su ánimo, para que las mesas en las que nos sentábamos los que disfrutábamos de sus conocimientos culinarios, podamos seguir haciéndolo. Y porque su ejemplo, su trabajo, no puede quedar inacabado. Ella era, y su espíritu debe seguir siendo, parte de un equipo familiar que ha conseguido hacer de lo que en un principio fue un proyecto, una realidad admirable de la restauración asturiana.

Volverá el viajero a comer en casa María, y se sentará junto al ventanal para ver las cristalinas aguas del río Güeña, y para decirte: estas letras son para ti Rocío.