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Es cierto que el primer ministro israelí, Ehud Olmert, había avisado con antelación, pero nadie podía prever tanta brutalidad, tanta destrucción, en una operación militar de respuesta al lanzamiento de proyectiles por parte de Hamás, el Movimiento de Resistencia Islámica. Cerca de 300 muertos y unos 900 heridos era anoche el balance de los bombardeos del Ejército israelí sobre la Franja de Gaza.

Ayer mismo el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, declaró que Hamás es el responsable de la actual situación al no querer prorrogar el alto el fuego que había pactado con Israel. La organización terrorista, sin embargo, ha culpado a Tel Aviv de la violación de la tregua. El cruce de acusaciones, por habitual y sordo, no resuelve el problema. Como tampoco lo resuelven las declaraciones de condena de la comunidad internacional. Y mientras, aumenta el número de víctimas en un enfrentamiento impulsado por la venganza y la irracionalidad.

El conflicto de Oriente Medio sigue lamentablemente encallado y no se atisba salida alguna. Es insoportable que la única vía sea la de la destrucción y que sólo pueda certificarse la clamorosa ausencia de liderazgo y autoridad.