TW
0

Jesús Jusué
La generación de nuestros padres nos enseñó que en épocas de vacas magras, no se tiraba nada. El consumismo de hoy en día nos enseña que no hay que guardar nada porque mañana habrá más, mejor y más bonito. El puente entre la forma de pensar de ambas generaciones cuenta con pilares débiles y quebradizos y aunque el centro del mismo nos marca el punto ideal donde deberíamos encontrarnos, qué difícil es calcularlo y qué fácil es pasarse.

Deberíamos aprender la técnica del congelar y no sólo de ese extraordinario caldo navideño que nos ha sobrado, para poder paladearlo cuando nuestra percepción gustativa se haya adormecido con el paso del tiempo, sino también de todo aquello que nos ha formado como individuos desde nuestra infancia hasta ahora. Beber de nuestras fuentes refrescaría la memoria, lo que fuimos, lo que tuvimos y de lo que carecimos y posiblemente nos serviría hoy para que más de uno se bajara del burro como vulgarmente se dice, mirarnos al espejo y hasta preguntarle aquello de "si hay alguien más bonito que nosotros". Y mientras meditamos qué hacer al respecto, nos vamos derechitos a finalizar el año, un año que ha combinado penas y alegrías pero que nos ha dejado, en sus últimos metros, un sabor amargo, la amargura de la incertidumbre de cientos de interrogantes sin resolver y muchos otros con trágicas respuestas. Me temo que las doce uvas de este fin de año serán para muchos de piel áspera, cargadas de pepitas y algo ácidas, doce granos que nos costará comer sin perderse en la cuenta al ritmo de las campanadas de medianoche. Alzaremos de nuevo nuestras copas y beberemos más para olvidar que para otras cosas y nos aferraremos, eso creo que sí tendremos que hacerlo, a la esperanza porque lleguen tiempos mejores y mientras lleguen esos días, tendremos que aprender a congelar.