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El enfrentamiento irreconciliable entre Israel y Hamás ha teñido este año de sangre y odio la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, efeméride instituida por la Iglesia católica hace más de cuarenta años y para la que el Papa tradicionalmente difunde uno de sus mensajes más significativos.

En el conflicto de Oriente Próximo, las sucesivas rondas de conversaciones y los tibios gestos protagonizados por el Gobierno israelí y la Autoridad Palestina -hoy día representados por Olmert y Abbas- han chocado una y otra vez con el radicalismo islamista de Hamás, organización partidaria de la opción terrorista, lo cual ha impedido cualquier intento de desbloqueo. El odio y la sed de venganza de los dos bandos enfrentados ha hecho inútiles todos los llamamientos para decretar un alto el fuego en la Franja de Gaza. Los contendientes hacen oídos sordos a cuantas exigencias de paz se proclaman. Y no es menos grave, por otro lado, que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sea incapaz de aprobar resoluciones efectivas para desactivar la escalada de violencia en la zona. La ONU, su estructura de funcionamiento y decisión, requiere una reforma urgente. Para que la paz gane a la guerra.