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Por una vez se han invertido los papeles; por una vez millones de ciudadanos que residen en la Península se han visto por unos días prácticamente bloqueados por la impresionante nevada que han mostrado los informativos de televisión.

Han cambiado las tornas. A raíz del cierre del aeropuerto de Barajas, del caos generado en el transporte aéreo, del colapso ocurrido en las principales vías terrestres de una Península cubierta por la nieve, millones de españoles han podido comprobar los graves perjuicios económicos y sociales que se derivan de los problemas de movilidad y transporte. Y en Madrid, las autoridades -estatales, autonómicas y locales- habrán podido constatar, por unos días, la carga del aislamiento, los contratiempos que se acumulan de repente en la vida cotidiana, en la actividad económica, en el transporte aéreo y terrestre. De algún modo cabe pensar que se habrán percatado de las serias consecuencias que acarrea la insularidad, muy presente a diario y bien conocida en Menorca. Si las mencionadas autoridades han aprendido la lección de la nevada de la Península, hay que confiar en que se mostrarán más sensibles y receptivas sobre cuanto implica la insularidad.