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Marga Vives
Existe una píldora que tiene la virtud de ahorrar gasolina. Usted la administra a su vehículo, a través del tubo de repostaje, y el proceso molecular hace el resto. Le garantizan que sus visitas a la estación de servicio se reducirán. Es la "Saciaslim" de los automóviles; el "engaña-estómagos" de los depósitos glotones. Los americanos del norte andan así capeando la crisis desde antes de que se levantara la veda al ingenio para mantener a flote la economía doméstica.

Se me ocurre que podríamos tomar nota de la fórmula magistral que sustenta semejante hallazgo para desarrollar otros remedios terapéuticos que hicieran más confortable nuestra azarosa y atribulada existencia. Podríamos fabricar una píldora vasodilatadora de impuestos, de probada eficacia frente a la hipertensión fiscal, o pastillas "quema-multas", para mantener a raya esas sanciones de más que tanto pesan. O más aún. Imagínense un jarabe inhibidor de la estupidez humana, o un aerosol capaz de aplacar las hormonas que precipitan a la ira. Qué formidable vacuna, la que pusiera fin de un plumazo a la epidemia de odio que recorre el espinazo de más de la mitad de nuestro querido mundo.