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Fernando Saura
Todos somos conscientes de la gran crisis global que estamos padeciendo. Los expertos en economía aseguran que su intensidad es sólo comparable a la crisis del 29, que siguió a los felices años 20. Nosotros acabamos de pasar nuestros años felices, y ahora nos llega la crisis para pagar que hasta ahora vivíamos a crédito.

Desde el Crack del 29 ha habido un gran crecimiento mundial, aunque muy desigual. Sin embargo, es un hecho que nada puede crecer indefinidamente, y mucho menos sobre una base finita. Y nuestro planeta es finito. La explotación a la que sometemos el planeta es insostenible. De hecho, vivimos de los "ahorros" del pasado, los combustibles fósiles. Pero, ¿Qué pasará cuando se nos acaben los ahorros? Y además, ¿somos conscientes del coste, del peaje que hay que pagar? Este peaje es en forma de degradación ambiental y de desigualdades sociales. Para que nosotros sigamos creciendo, tenemos que talar selvas en Indonesia, pescar en Namibia, sacar petróleo en Oriente Medio, o cultivar soja en Latinoamérica. Y eso, salvo excepciones, enriquece a unos pocos de esos países, pero empobrece a la mayoría.

En respuesta a esta problemática, últimamente, en los países desarrollados va cobrando auge un concepto, un movimiento que aboga por el decrecimiento económico. Se basa en hacer transmitir a la sociedad que estamos embarcados en una loca carrera absurda, que no sabemos a dónde nos lleva. Que el modelo económico actual sólo sirve para mantener el propio sistema, pero no está hecho para las personas.

Así, este movimiento sostiene que no es necesario el crecimiento continuo para alcanzar la felicidad. Aducen que estamos sometidos a la tiranía del PIB. Creen que sólo decreciendo nuestra economía será posible acoplarnos a los límites del planeta y avanzar hacia sociedades más justas. Su lema es Menos para vivir mejor. Así, creen que es posible reducir mucho nuestras necesidades de materia y energía, aumentando al mismo tiempo nuestra tasa de felicidad. Son los hippies de nuestros días, nuestros pintorescos y utópicos idealistas. A fin de cuentas, todo el mundo sabe que cuanto más se tiene, más feliz se es?

¿Es esta crisis una oportunidad de avanzar hacia la sostenibilidad, de aprender a vivir con menos, siendo igualmente felices?