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Luis Alejandre
"El presente sólo se forma del pasado, y lo que se encuentra en el efecto estaba ya en la forma"
(Henry Bergson)

Ya regresaron los corresponsales y los cámaras. Pasan los acontecimientos a tal velocidad, que casi hemos olvidado que hace un mes comenzaba el, por ahora, último acto inacabado de una guerra de 60 años que comenzó tras la Segunda Guerra Mundial, debilitados los imperios francés y británico.

Los palestinos siguen llamando a su éxodo la Nakba, la catástrofe. La Asamblea General de Naciones Unidas reunida el 29 de noviembre de 1947 en Lake Placid, cerca de Nueva York, había votado la partición de Palestina por 33 votos a favor, 13 en contra, 10 abstenciones y un ausente. La propuesta la había realizado una comisión formada por representantes de once países, presidida por el político español en el exilio, Pablo de Azcárate. Inglaterra quería poner fin a un mandato que le había costado más de 400 muertos en los últimos años, 91 de ellos el 27 de julio de 1946 en el atentado palestino contra el hotel King David de Jerusalén, sede del Gobierno del Mandato y del Estado Mayor de las Fuerzas Británicas en Palestina.

Han sido sesenta años alternando períodos de relativa paz, con brotes violentos como el de las últimas cuatro semanas. Años de enorme y costosísima ayuda internacional, de esperanzas frustradas tras las conferencias de Oslo (1993), de Camp David (2000) o de Anápolis (2007) y de muchas anteriores, cuya relación saturaría este espacio.

Lo malo es que no se ve una solución fácil para una Palestina dividida en dos territorios -Cisjordania y Gaza- cada uno gobernado por facciones no precisamente amigas. Ahora persigue Hamas a supuestos colaboracionistas de Al Fatah. Oficialmente 20 muertos y 70 heridos entre "hermanos árabes" ¿Qué debe pasar en el interior de Gaza? Menos mal que leemos que 210.000 niños han vuelto al colegio; y que las 220 escuelas de Naciones Unidas funcionan, aunque 35 de ellas han sufrido importantes daños.

Toda la nueva diplomacia norteamericana está activada: el ex senador George Mitchel (75 años), político con fama de independiente y equilibrado, más conocido por su mediación en el conflicto de Irlanda -es hijo de irlandés- acumula una larga experiencia en la región desde los tiempos de Clinton. Ya ha declarado que el problema es "volátil, complejo y difícil".

Europa ha maniobrado relativamente bien, impulsada por un activo Sarkozy y seguramente será la mayor aportadora de fondos para la reconstrucción.

Israel no olvida a sus muertos, condiciona su alto el fuego, y sigue reclamando la liberación del reservista Guilad Shalit en manos de Hamas desde Junio 2006. Hizo lo imposible por localizarlo durante estas semanas. Vive un intenso periodo electoral.

Los palestinos consternados, más divididos de lo que imaginamos tras el "peligroso ejercicio de política suicida" de Hamas, como lo denomina Shlomo Ben Ami, curan a sus miles de heridos, recuerdan a sus 1.400 muertos, reconstruyen su vida. Demasiado coste. Desperdigados, además, muchos de ellos en 59 campos de refugiados en toda la región, 10 en Jordania (1.500.000), 12 en Líbano (400.000), 10 en Siria (450.000), 19 en Cisjordania (690.000) y 8 en Gaza (960.000). Ven como pasa el tiempo sin solucionar un problema que ya es crónico. Y constituyen, indiscutiblemente, un factor importante de desestabilización. En Jordania, por ejemplo, conviven millón y medio de palestinos en una población de algo más de seis millones. La misma reina Rania, aunque nacida en Kuwait es hija de padres palestinos.

Egipto, el gran testigo, lucha por controlar su frontera, por estabilizar los pasos con Gaza, pero también para evitar que se le contagien fanatismos, o sencillamente que le hagan pagar los platos rotos con atentados contra su infraestructura turística. No sería la primera vez. Difícil, dificilísimo el equilibrio egipcio.

Los efectos y las formas. Hay que recomponer lo que se hizo mal en 1947 cuyas consecuencias todos conocemos. No puede convivir una comunidad en territorios separados, con fronteras terrestres y marítimas cerradas. No puede crecer una sociedad en democracia cuando vive en campos de concentración, sin esperanzas, pendiente solo de la ayuda internacional. Hay que volver a la raíz del problema y replantearlo con cánones del siglo XXI, no con las secuelas de la Segunda Guerra Mundial.