José María Pons Muñoz
Querida señora: Usted no imagina la templanza que el amor necesita para pararse en los límites del respeto que la tengo. No puede ni pensar lo que para mí es no abrazarla y darle solamente uno de los besos que tantas veces le he robado en sueños. A veces, al amanecer, soñando con usted, ya no sé si estoy dormido o despierto. Qué cosas serán los sueños. Ayer, a la luz de la luna llena, con el acompasado rumor de las mareas del amanecer, soñé que tenía usted en su cara, en sus ojos negros, el misterioso encanto de una muñeca, de una niña china de frágil y milenaria porcelana de caolín. Aspiré el aire que me traía perfume de jazmines de su cuerpo, que si lo he soñado desnudo, sepa señora, que no es pecado soñando, y más cuando usted no me concede más favor que el de los sueños. Pero créame señora, que me encantaría que mis mejores sueños con usted los hubiera tenido despierto. Usted es como un perfume que me embriaga. Son estas cosas que el amor tiene; yo me muero por usted, y usted por otro. Y a pesar de eso, prefiero perseguir mis sueños a que mis sueños me persigan. De manera que ni la muralla china que hay entre usted y mis sentimientos me harán cambiar. Tan cierto estoy de mi locura que si quererla para mí fuera la muerte, estando abrazado a usted, qué a gusto me moriría.
Carta a una señora
20/01/10 0:00
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