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Vicente Macián
El reconocimiento de los propios errores, equivocaciones, imprudencias, es una muestra de responsabilidad y madurez, sobre todo cuando esas equivocaciones, esas imprudencias, pueden generar alarma en la opinión pública y perjudicar a grupos o personas.

Ese reconocimiento, no siempre practicado, no menoscaba las otras cualidades de los que puedan haber sido imprudentes en sus comportamientos. La crítica a dichas conductas debe insistir en la necesidad de prudencia, es decir de la capacidad de calcular las consecuencias de una conducta, de sopesar su impacto en los demás.

Cierto que la prudencia no debe frenar totalmente la espontaneidad de los comportamientos, que las personas no deben quedarse inhibidas de actuación, pero ésta no puede nunca prescindir de la capacidad de discernimiento sobre las consecuencias de las mismas, sobre todo en las personas que, por su situación, deben presentar siempre un aspecto ejemplarizante.

El aprendizaje de la prudencia, hasta convertirla en connatural -virtud- con la persona, es uno de los objetivos de la educación.

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