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El encuentro celebrado ayer entre líderes del PNV y el PSE-PSOE para abordar el futuro gobierno de Euskadi terminó sin acuerdo. Ambas formaciones defendieron sus respectivas posturas y no hubo más. El PNV que dirige Íñigo Urkullu proseguirá su ronda de contactos y, una vez finalizada, llegará a la conclusión de que no contará con la mayoría parlamentaria para que Juan José Ibarretxe siga como lehendakari.

Desde el PNV no se oculta la frustración por su notable pérdida de votos y, como consecuencia de ello, incluso se ha atrevido a tildar de golpe institucional y agresión política el probable acuerdo entre socialistas, PP y el partido de Rosa Díez para que Patxi López presida el nuevo gobierno. Es muy comprensible el enfado nacionalista y más cuando se ha gobernado durante tres décadas; es duro tener que aceptar una derrota y limitarse a una labor de oposición. Ibarretxe y Urkullu intentan saltarse que a la hora de la verdad los votos no pesan lo mismo que los escaños. Artur Mas, desde Convergència i Unió; Rosa Estaràs, desde el PP balear; o Santiago Tadeo, desde el PP menorquín, tienen clara y asumida la diferencia entre votos y escaños. Ser el partido más votado no garantiza alcanzar el poder.