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Lola M.Flores
Las revoluciones burguesas pusieron a las personas en la senda de la ciudadanía y la industrial en la del consumismo. Liberadas del yugo soberanista y de la servidumbre del sistema feudal, preferentemente agrario, se abrió un horizonte de libertad, participación y bienestar. Sin embargo, poco a poco, de forma inadvertida, el ser consumidor se ha impuesto a todo lo demás. Preocupados por la hipoteca, la letra del coche, la cuota de la tarjeta de crédito, la cesta de la compra, el fondo de armario o la reserva de las vacaciones se nos pasa que buena parte de las prestaciones que dignifican nuestra vida dependen de la Administración pública. Se debate estos días el nuevo modelo de financiación autonómica y Menorca asiste impasible sin que haya personalidad, entidad o colectivo que se haya interesado por una negociación de la que depende el colegio de sus hijos, el médico que le diagnostica la gripe o la plaza en el centro de día de su familiar enfermo de Alzheimer. El nuevo modelo de financiación no es un rollo de políticos, en él se asienta el futuro de Menorca. Si nos desinteresamos de los cimientos no nos quejemos después de que la casa no nos gusta.