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Jesús Jusué
Hace un par de días me encontré con dos conocidos que me comentaron que tenían la cabeza cargada de electricidad estática debido al continuo roce del fuerte viento que hemos estado padeciendo. Yo no sé cómo habrán llegado a esa conclusión pero, al decírmelo, no pude menos que imaginármelos como dos "bolis" de esos que utilizábamos en nuestra infancia que, al frotarlos con fuerza contra los puños de nuestras mangas y luego colocándolo próximo a minúsculos trozos de papel, los atraían como si fueran auténticos imanes. Yo no sé si sus cabezas y sobre todo lo que hay dentro de ellas pueden llegar a atraer algo o es la predisposición de lo más débil lo que se deja llevar. Sea como sea, de lo que sí estoy convencido es de que la violencia del viento sobre nuestro armatoste pensante nos trastoca algo más de lo que normalmente solemos estar. Deberíamos vigilar con suma atención si nuestros tornillos, esas minúsculas piezas que mágicamente mantienen más o menos fijas, más o menos estables nuestras realidades y nuestras fantasías, están bien apretados, ya que de lo contrario nos exponemos a llegar a conclusiones y a convencernos a nosotros mismos de que los tornillos que andan sueltos son los de los demás. Hágame caso y cada mañana, antes de poner los pies en la calle, sacuda suavemente su cabeza de lado a lado y si le suena como si algo estuviera flojo y pendulón, no salga, métase unas gotas de aceite virgen por cada oreja y espere unos minutos a que se halle todo debidamente lubrificado. Si no lo hace así y se mezcla usted con el resto de la jauría humana, jamás podrá llegar a saber si el que está como una auténtica cabra es usted o su vecino. Tal vez a usted no le importe saberlo, pero a los demás le aseguro que sí.