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Es impensable que se pueda resolver el problema afgano sólo con fuerzas militares y de seguridad, tenemos que ser consciente que otros factores deben ser tenidos en cuenta. Los talibanes están consiguiendo un cierto apoyo de la población afgana por responder a las inquietudes de esta población, cuya incapacidad de confiar en el gobierno central produce desafección y descontento, y esto es precisamente lo que debemos denegar a los talibanes que aprovechan la confusa situación para conseguir el rechazo popular a las iniciativas gubernamentales y responder políticamente y económicamente a las aspiraciones del pueblo afgano, que es, en parte, la existencia de un buen gobierno, imperio de la ley, combatir la corrupción. En consecuencia es importante que el actual nuevo gobierno debe concentrarse en atender las aspiraciones del pueblo afgano y si lo consigue denegará a los talibanes su apoyo popular, con el consecuente resultado que los talibanes no podrían utilizar la población afgana como escudos humanos contra los ataques de las fuerzas de coalición. Más importante todavía es imprescindible aceptar que el pueblo de Afganistán es parte integral en la consolidación de la seguridad del territorio afgano y si están satisfechos de su participación en el proceso de paz, si sienten que pueden tener confianza en el gobierno, participarán con mucho ahínco en el proceso de paz.

Los talibanes tienen su zona de influencia en la parte sureste del país donde los insurgentes controlan la zona con el apoyo de la población local. En 1990, los talibanes se hicieron con el poder local porque proporcionaron a la población amenidades que el gobierno les negaba.El principal problema para las fuerzas internacionales, en cooperación con las fuerzas de seguridad afganas, es convencer, en las provincias del sureste afgano, a los residentes que las fuerzas de coalición pueden remediar sus problemas y proporcionarles la seguridad de que no habrá talibanes para aterrorizarles, al mismo tiempo averiguar en cuales instancias la población afgana podría cooperar con las fuerzas de la coalición y afganas. Se ha visto que los afganos no tienen lealtad hacía los talibanes, pero sienten un enorme temor y por esto se niegan a colaborar con las fuerzas nacionales y de coalición. Son reacios en ofrecer información sobre sus paraderos por el temor de las posibles represalias y venganzas de los talibanes. Para superar este obstáculo será necesario un enorme esfuerzo humano y económico, pero con las conclusiones nefastas que un incremento masivo de militares puede dar la impresión que se trataría de una fuerza de ocupación. No creo que los 30.000 soldados que acaba de autorizar el presidente de Estados Unidos sean suficientes para responder a la amenaza de los insurgentes, y en consecuencia se debe reconciliar entre lo que se quiere hacer y lo que se puede alcanzar. Desafortunadamente, las fuerzas de seguridad afganas no han, todavía, alcanzado un nivel adecuado de profesionalidad y se necesitará más tiempo en su adiestramiento para paliar este handicap.Quizás sería tiempo en pensar con una eventual colaboración política con los talibanes, hacerles participar en el gobierno afgano, pero hasta el momento los talibanes han rehusado cualquier entendimiento con el gobierno nacional. Eventualmente, con una victoria de la coalición y fuerzas afganas, los debilitados talibanes podrían aceptar participar en el gobierno nacional.
Un amplio reparto de poder entre los talibanes y el gobierno nacional es factible, pero será posible sólo cuando los talibanes se sientan en una fase de amortecimiento y la nación afgana vea un mayor control del país. Sin embargo, la cúpula militar en Afganistán, incluyendo el general David Petraeus, jefe del Comando Central de las fuerzas estadounidense en Oriente Medio (coordinador de las actividades militares de EEUU en Oriente Medio), no cree que las fuerzas de seguridad afganas estén preparadas para sustituir a las fuerzas de la coalición, no solamente porque les falta mucho más adiestramiento, sino porque en sus filas hay muchos desertores y mucha corrupción, dificultando el adiestramiento del ejercito afgano a un nivel creíble de fuerza de combate.
El Presidente Karzai ha obtenido un secundo mandato después de haber concluido una campaña electoral polémica donde prometió acabar con los talibanes y poner fin a la incontrolada corrupción. Desgraciadamente, no es así, porque la corrupción continúa y el pueblo se está cansando, no porque haya un problema de seguridad, que lo hay, sino porque existe, todavía, una deteriorada situación económica y el problema del desarrollo de la infraestructura del país.
Hay una pequeña minoría de norteamericanos, especialmente en la población de edad avanzada, que piensan que la guerra en Afganistán comienza de asimilarse a otro Vietnam, aunque las características de una no son tan semejantes a la otra, y no están a favor de enviar más soldados a aquel país. Pocos son los americanos que creen en un gobierno afgano estable, libre de toda corrupción y que sin la ayuda americana y de las fuerzas de coalición los elementos de seguridad del país no podría acometer sus funciones. Ahora mismo, ven que el gobierno actual no puede, ni siquiera, garantizar el desarrollo de unas elecciones legislativas con toda seguridad y sin más fraude electoral, obligándose a posponer estas elecciones parlamentarias, previstas para mayo, hasta septiembre de 2010.
Parece irónico que a final de 2009 el presidente Obama estuviera totalmente opuesto al aumento del contingente americano en Afganistán, ignorando totalmente las repetidas solicitudes de Stanley McCrystal, general, comandante de las fuerzas militares de la OTAN en Afganistán, que era imprescindible incrementar las fuerzas de la coalición, y especialmente la americana, para asegurar la derrota de los talibanes. Recientemente, el presidente Obama ha dado su visto bueno para enviar a Afganistán 30.000 soldados americanos más.
El escenario de Vietnam parece repetirse. Allí se empezó con la presencia de un puñado de "asesores militares", para terminar con más de 500.000 efectivos combatientes al final de la guerra, con el escandaloso resultado de haber sufrido la baja de 50.000 de ellos, y no cuento los heridos con secuelas permanentes. ¿Pero por qué tal cambio del presidente Obama en tan poco tiempo? ¿Se estará preparando el presidente hacía su futura reelección a la jefatura del Estado? Esta hipótesis adquiere credibilidad, especialmente ahora que el feudo democrático a mano de los "Kennedys" ha sido embestido por un republicano. ¿Quiere Obama utilizar la reciente escalada de efectivos militares para obtener réditos electorales a nivel doméstico, tal como hizo el presidente Johnson en Vietnam, sin conseguirlo?
Algunos estudiosos del dilema afgano han intuido que la guerra en Afganistán tiene dos objetivos: Primero, garantizar la construcción de un gasoducto para exportar gas desde Asia Central y segundo para los planes estratégicos de Estados Unidos (EEUU) en la región, cuya finalidad sería establecer bases militares como escudos a posibles ambiciones hegemónicas de China, Rusia e Irán.
El presidente Obama necesita una victoria en Asia Central para asegurarse de nuevo la Casa Blanca en las próximas elecciones presidenciales y debe conseguir la confianza y el soporte del electorado bisagra en estados bisagra, demostrando que como comandante en jefe de las fuerzas armadas está capacitado para luchar y hacer frente a las amenazas constantes de los talibanes en general y Osama Bin Laden en particular, y también otros potenciales grupos insurgentes. Muchos han sido los presidentes de los EEUU que han logrado la presidencia con el electorado indeciso. Reagan, un presidente republicano, consiguió los votos de los "Demócratas para Reagan" y Clinton, un presidente demócrata, obtuvo el apoyo de los "Republicanos para Clinton".
Una victoria en Afganistán asegurará a Obama un segundo mandato y, seguramente, debe recordarse del fatal desenlace y consiguiente derrota de Lyndon B. Johnson (LBJ) en Vietnam. Esto, Obama no se lo puede permitir y hará todo a su alcance para consolidar su posición en el frente doméstico, y debemos recordar que, aunque paradójico, un presidente americano que es dinámico en política exterior cosecha siempre un buen resultado en las contiendas electorales.
Afganistán no es, por el momento, otro Vietnam, pero podría serlo fácilmente, con repercusiones devastadoras e incómodas para los EEUU, en general, y para el presidente Obama en particular.