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No, no voy a hablar de la película de Amenábar aunque lo parezca. De todas maneras antes permítanme un inciso. Estos días ha recalado en nuestro puerto el dragaminas Capricorne de la Marina de Guerra francesa. Llegó el otro día con banderas de señales desplegadas y la tricolor en el mayor. Entró rompiendo aguas por la bocana y atracó en el muelle comercial. Nada más llegar, arrió banderas y gallardetes y el palo mayor quedó desnudo de trapo. Yo esperaba que arbolara bandera española como es preceptivo, pero nada. Ni siquiera la catalana, como le hubiera gustado a algunos. Pasaron 24 horas y nada. El palo seguía desnudo, ¡qué impudicia! Llamé a Sarkozy (Nicolas Paul Stéphane) y Carla me dijo que estaba reunido (porque era lunes, que si hubiera sido viernes me hubiera dicho que de viaje). Total que el Capricorne se fue como había venido sin arbolar enseña alguna en el mayor. Eso sí: la tricolor era bien visible en proa y popa. Ya lo dice un amigo mío andaluz: ¡estos "fransese"!

Y ahora a lo nuestro. Hace tiempo ya escribí dando buenos augurios para la remodelación de la plaza de Es Castell y la verdad es que los resultados a la vista no me han defraudado, sino más bien al contrario. Y eso a pesar de las críticas que he oído por aquí o por allá: que si la tala de los árboles (esos que no dejaban ver el bosque), que si esto que si lo otro, en eso de "no sé de lo que se habla pero me opongo", o en clave política de que "todo lo que hacen los otros, esos que no he votado, está mal". Además está lo del aparcamiento subterráneo sobre cuyos dimes y diretes no voy a entrar sin conocimiento de causa, porque las cosas a veces son más complicadas que una simple opinión al respecto. Sí que es cierto que la burocracia es la burocracia, o mejor dicho la burocratización, esa del quintuplicado ejemplar, la del confundir el fin con los medios. Porque, no nos engañemos (señores) la burocracia (como medio no como medro de burócratas) es necesaria para regular la vida social. Los antiguos egipcios comieron toda su vida gracias a una burocracia eficaz (ahora a los políticos les gusta decir "eficiente". Odio la palabrita), ¿qué hubiera sido del reparto del trigo sin los administradores de los silos reales y la labor callada y atenta mirada al dictado de los escribas? (en Egipto no había fariseos, sólo escribas). Cierto es que gracias al fértil limo del Nilo había cuatro cosechas al año, que empezaban con el ciclo helíaco de Sirio, pero eso no significa nada si el reparto de la riqueza es desigual (vide capitalismo) y en Egipto no era así, a pesar de las películas de Cecil B. de Mille. Los constructores de las pirámides eran el pueblo llano, que recibía un sueldo en especie por ello y comía, (como comió Mahón durante años con la construcción faraónica de la fortaleza de La Mola). Sí que es cierto que también se aprovechó el trabajo esclavo, pero eso fue en un momento concreto: el del imperialismo de los Ramésidas de la dinastía XIX, y dinastías, lo que se dice dinastías, en Egipto hubo treinta. En todo caso, volvamos a Es Castell y su bella plaza, ahora que ha recuperado su espacio original, aquel que imaginó Patrick MacKellar, cuyo obelisco en el centro equidistando a todos sus ángulos echo a faltar (y lo que te rondaré morena). Una amiga mía a quien la plaza le gusta como a mí, aunque echa de menos las fachadas de los cuarteles restauradas, la llamó "ágora". Casi me lo quita de la boca, pero el término es suyo y justo es que se lo atribuya.

Ágora sí. Instalado en mi atalaya privilegiada de astrónomo-poeta, desde donde se domina todo el ámbito (aunque la sensación más voluptuosa del áureo espacio se experimente abajo, desde cualquiera de sus ángulos), comencé a soñar. Yo, como un griego exiliado en el tiempo, me imaginaba una ciudad-estado denominada Nueva Atenas (antes Es Castell/Villacarlos/Georgetown) en la que ciudadanos sabios y verdaderamente demócratas de toda la vida, elegían en el ágora a boca alzada a sus representantes políticos por sufragio directo y explícito y expulsaban a los mercaderes del templo de Atenea Parthenos, situado en lo alto de la punta del Esperó, en uno de cuyos riscos una Victoria de Samotracia alada desafiaría como un mascarón de navío al viento del Norte.Ágora, donde esos mismos ciudadanos mezclados con metecos igualados en derechos con aquellos aunque extranjeros de origen, discutirían sobre lo divino y lo humano en pacífica convivencia. Donde los cabellos y rizos de las mujeres y los niños, cuya dócil presencia se revela compañía, fueran iluminados en aureola por el sol poniente, mientras discípulos del gran Lisipo adornaran, trabajando al aire libre de luz mediterránea, las esquinas de la plaza con estatuas tan perfectas como las medidas del Maestro.Un ágora llena de vida, pues, con ciudadanos vueltos hacia las calles de paredes encaladas, masticando un pedazo de salazón y contemplando el espectáculo del sábado. Como debe ser y siempre fue en la cultura mediterránea, hasta que aparecieron las OPAS hostiles, el juego de petanca, el seis doble ahorcado y la caja tonta.

De repente desperté y todo seguía igual: con la estupidez y el papanatismo reinando por doquier. Bueno, por lo menos la plaza se parecía al sueño. Lo malo de los exiliados en el tiempo es que no podemos volver a la patria, a las costas de la patria y sus formas, a diferencia de los exiliados en el espacio a quienes no se ha sido arrebatada esa esperanza.

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