Tarjeta postal (anónima) de varias casas de Fornells en los años cuarenta. - Archivo M. Caules

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Él mismo se definía, aquest Gori no és ni s'ombra de lo que havia estat. Intentaba animarlo, corroborando que lo importante era estar a su lado y poderlo escuchar. Su voz y sus ademanes seguros, sin titubeos, ello hacía que cuantos le escuchaban vivieran sus relatos.

En aquella ocasión, al igual que la mayoría de veces, su charla preferida se refería a su Fornells, donde sus padres le engendraron. Tras recibir la extremaunción, por parte de su buen amigo don Vicente Macián, del que también lo fue de su padre, y las constantes visitas de su párroco don Cristóbal Vidal, siempre amable, paciente i tan bona persona. Esperaba con santa paciencia que su Virgen, la del Carmen, se dirigiera rumbo al puerto de Mahón, el que tantísimas veces cruzó, con una u otra embarcación. Iba siendo hora de que soltaran amarras rumbo al cielo.

Aquella noche, después de rezar las oraciones, las mismas que le enseño su madre quan era molt petitet, me pidió que no apagara la luz, invitándome a sentarme a su lado. Para recordar una vez más aquel verano de 1914. Por supuesto, que ya me lo sabia de memoria, pero no le defraude, calladita y sin hablar, me emocioné cogida de sus manos, mientras me iba diciendo:Recuerdo que al llegar cerca de na Peu pla, mi madre me despertó. Ja hem arribat. De pronto me vi rodeado de parientes y amigos. Casi un año sin verse, era demasiado. Los pequeñajos que dejaron ya andaban por las calles solos, intentando alcanzar a sus hermanos mayores.

Gori no recordaba con exactitud si fue en aquella ocasión o en años venideros en que, para matar las horas y el aburrimiento, el tiempo andaba revuelto, en la taberna de cas conco Biel, su padre, es saguer y un tal Maseo, formaron dos bandos a modo de guerrilleros, una especie de moros y cristianos. El tema de caracterizarse, o disfrazarse, no era problema, con cuatro trastos, se apañaban. Aquella vez, l'avi Jaume se envolvió con una red de pescar, se ató los pantalones bajo las rodillas con dos anchas cintas que cogió al vol, las mismas que sostenían unas cortinas, en la pared, del dormitorio de su cuñada Isabel.

Las veladas en la taberna eran recordadas durante los largos meses de invierno, por lo visto es saguer era un buen actor. Su hijo, mi padre, me decía... se hacia de rogar, todos le repetían lo mismo... Jaume... eres único, no regreséis a Mahón. Solía imitar a los artistas de moda que subidos en el escenario del Círculo Mahonés, actuaban con donaire. Mientras las actrices cantaban atrevidas canciones, al compás de revoltearse las faldas, hasta insinuar los tobillos, al compás de sones atrevidos y coqueteos que nada agradaban a las esposas des homos.Finalizadas las fiestas de San Antonio Abad, de camino con el mismo coche de caballos que subieron al pueblo, mientras estornudaba e iba tosiendo, su esposa lo recriminaba, pues claro que sí que li donava falaca. En la guerrilla con su compañero el tal Maseo perdió y como compensación lo echaron al mar. Era casi de noche, el tiempo desapacible, una tramontana de padre y señor mío y, qué más podía esperar. Aplausos, no, pero coger un buen constipado, que lo tenía acaparado. Para excusarse e intentar aliviar las chispas que le provocaba su esposa, le repetía que tan pronto llegaran, acudiría a la farmacia de su buen amigo Jaime Ferrer Aledo. Y tanto que eran amigos, incluso participó en la elaboración de la nomenclatura, o derrotero de la costa menorquina, que junto a don Pedro Riudavets Riudavets, José Llabrés Roig, Ángel Ruiz y Pablo, Miguel Mir Janer y Miguel Sans Fuxá llevaron a cabo. El día del santo, por la tarde, se celebraba reñidas carreras, competían niños, jóvenes y hombres. La mayoría iban descalzos. Los jóvenes de la población, corrían hasta llegar muy cerca de Mercadal. Los más pequeños, para no aburrirse, los esperaban y con ellos el resto del pueblo, en la plaza de S'Algaret.

Es conco Bia, tío carnal de su íntimo amigo Llorenç preparaba una olla de tierra, no había de otra clase, en cada una de sus asas ataba una cuerda que a la vez se remataba en la pared. Los chavales por riguroso turno, con los ojos cubiertos por una negra bufanda, provistos con un palo, intentaban hacer puntería, rompiendo la olla, recibiendo una sorpresa. Aquel 1914, la sorpresa... fue inesperada, saltando desde lo alto un par de monedas que habían estado custodiadas por un ratolí de porxo, que hizo correr a cuantos formaban el ruedo. Principalmente Diego, el mayor de la cuadrilla, maestro indiscutible en el arte de fumar, él como nadie picaba las hojas secas de las patateras, invitando a la cuadrilla. Fue la tía Gornesa quien descubrió el porqué de subir tan a menudo en lo alto del porche.Aquella noche, antes de irse a la cama, los niños quedaron de acuerdo. A la mañana siguiente se levantarían con el alba para acompañar a Valentín Roca, padre d'en Valentí. Aquel buen hombre repartía el pan y deliciosos cocs. Conducía una galera, tirada por un caballo llamado Xicolate. Cuando el bueno de Valentín partía camino de Mercadal, se dio cuenta de que no hacía el trayecto solo, una comitiva de futuros hombres de mar le acompañaban.Los niños iban contentos, con sus sombreros de papel de seda adquiridos la tarde anterior en la plaza, donde se situaban las paradas de las mujeres llamadas torroneres. Casi todas provenían de Mahón. Una improvisada sábana a modo de tapete cubría varios cajones, los mismos que llenaba con los productos que exponían, capellets, pitos, pelotitas de trapo, cosidas a una larga tira elàstic. Aquel invento era fenomenal para dar la lata a las niñas. Iban tras ellas, mientras alguno daba un pelotazo a la espalda de la chiquilla, cuando ésta se giraba, los chavales se hacían los despistados, llevándose el bofetón o llamémosle premio el que nada había hecho, y mucho menos dar un pelotazo.

Las turroneras eran auténticos reclamos para las moscas, revoloteando y posándose sobre los caramelos y otras tentativas dulzonas, que allí estaban expuestas. Pepe "Lludrigues" había estado locamente enamorado de mi abuela na Guideta gamba, una morenaza, simpática y salerosa, que llevaba de calle al tal Lludrigues y a Jaime es saguer, con el que se casaría. Por supuesto, Gori nada sabía de aquel frustrado amor, pero sí sentía por el Lludrigues una simpatía especial, lo invitaba de riquísimos palos Jacobo que Valentín llevaba de Mercadal, por el decir de los entendidos, es sucrer era único, ningún otro pastelero tenía tanta maña con los mismos.Por ventura que su madre nada supo de lo sucedido con Mariana. Ésta vivía frente a casa Burdó. Mariana, a la cual no se le podía catalogar como joven, media edad o anciana, por su indumentaria de color negro, un pañuelo cubriendo su cabeza. La mejor hora de visitarla era al llegar el oscurecer, en que la penumbra invadía aquel recibidor donde ella vendía lo que ahora se conoce como chuches, por cierto muy diferentes a los actuales. Aquella venta se decantaba con cacahuetes y habas tostadas, tostados garbanzos, garrapiñadas, almendras tostadas con piel y sin ésta. Caramelos cuadriculados, que ella misma elaboraba en su cocina. Regaliz de palo, cocas de congret y aparte despachaba las migas que éstas proporcionaban.
El que los niños eligieran el oscurecer para visitar a Mariana estaba fundamentado por la escasez de luz, tan sólo una lamparita de aceite sobre la mesa iluminaba la estancia. Mientras uno compraba, su acompañante intentaba enganchar con un anzuelo algún producto que más tarde desde la puerta, con tan sólo tirar del hilo fil de cuca, ideal para poder hacerse con algo.

El folio se acabó y no hablé de Diego...