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La expectación que había levantado ayer la sesión del Congreso sólo es comparable a la frustración que produjo su resultado. Se había presentado como la cita más trascendente de la legislatura y se mantenía cierta esperanza de aceptar el consenso sobre una política de cirugía económica. Pero no hubo predisposición al entendimiento por parte de ambos líderes, Zapatero y Rajoy ofrecieron unas intervenciones pensando más en su público elector que en los verdaderos problemas del ciudadano. Conectaron bien con sus grupos respectivos y defraudaron a la opinión pública, que detesta tanto los desafíos de la moción de censura como las bravuconadas de quien siente que el poder no peligra. En el fondo, el problema económico queda relegado a los intereses partidistas de los grupos, la oposición no parece estar por la labor de echar una mano al Gobierno y éste tampoco quiere la ayuda del PP, cada cual a lo suyo. No hubo aproximación ni se aventura a corto plazo y, sin embargo, la situación sigue exigiendo la negociación no sólo entre los dos partidos mayoritarios sino entre éstos y los agentes sociales desde el análisis de una realidad extraordinaria que exige medios y fórmulas también extraordinarias.