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Buenos días, Roig!

Roig te contesta moviendo alegremente su cola. Sus ojos ya son otros, los de siempre: los que se mudan en personificaciones de afecto inmutable y fidelidad inextinguible. Han quedado ya lejos los días, sin embargo recientes, de su operación y las jornadas sucesivas. Roig fue, entonces, un Roig entristecido. Desde su melancolía te recordó la vieja lección que os obstináis en no aprender, la de que sólo valoráis en su justa medida las cosas en el momento en que teméis perderlas…

Es domingo. Ese domingo cuya existencia certifican el silencio que te envuelve; el descanso del viejo despertador; el tiempo a tu servicio en una inversión de funciones… Y Roig lo intuye. Su paseo será, hoy, pues, diferente, más pausado, más osado, más… En el momento de la partida, su jovialidad incomprensible (tiene más de trece años) constituye inmejorable certificado médico de que todo va bien…

Y reiniciáis el rito, semanalmente repetido: ojeáis la Explanada (en la que abundan restos de naufragios etílicos de noche sabatina); charláis con los vecinos; entráis en la librería y os dejáis extasiar por el aroma, no canjeable por ningún otro, del papel y recaláis, finalmente, en la "Penya del Barça", esa en la que, hoy, el empate del Barça y el liderazgo del Madrid empañan metafóricamente los cristales de un local en el que, anida, sin embargo, inmutable, el "buen rollo" (terminología ESO)… Y así, sin ser conscientes de ello, estáis yendo de la mano de la felicidad, esa que buscáis afanosamente, confundiéndola con el cúmulo de grandes cosas, y a la que soléis, tener, generalmente, ya, a vuestro lado, discreta ella…

De regreso te impones tareas de limpieza. Roig te sigue, vayas donde vayas. Y, al quitar el polvo, te cae una bandeja en la que se acunan los mandos a distancia. Irracionalmente los cuentas: cinco. Te sorprendes. Y la sorpresa aumenta cuando te acuerdas de que en el dormitorio hay otros tres… Viéndolos, curiosamente, te entra como un extraño pesar, al adquirir la conciencia de que estás, de lleno, imbuido, pese a tus esfuerzos en sentido contrario, en esa red consumista que os carcome; de que, tal vez no tan lejos de lo que pensamos o cruelmente desearíamos, alguien está buscando comida entre los restos de un contenedor. Y asumes, amargamente, tu parte de culpa…

Pero falta uno. A Roig, ninguno. Te falta y os falta. No es un mando concreto, material, contable… Tampoco funciona con pilas. Aunque os las pondría. Sería un mando no para abrir y cerrar canales, sino para programar o, mejor aún, reprogramar vuestra propia existencia. Su uso es fácil. Pero apretar el "power" es lo que más os cuesta, porque implica la aceptación de que queréis cambiar, no de ente televisivo, pero sí de vida. Podríais, efectivamente, apretar su "pausa" y "congelar la imagen" y quebrar las prisas. Os sentaríais entonces en el sofá. Junto a vuestro hijo. Junto a los vuestros. El manual de instrucciones no exige mucho más: bastaría, tan sólo, incluso, con mirarse y recordar como sois, como erais, como deseáis ser… El siguiente paso podría resultar más arduo. Rebobinar. Léase: "REW". Revivir lo vivido. Constatar qué se hizo bien y qué se hizo mal… O, simplemente, qué no se hizo. Cuando las "pelis" no os agradan, las substituís generalmente por otras. Si la cinta de vuestra existencia o, cuando menos, alguna secuencia de ella os desagrada, podréis modificarla. Porque os queda el "play" y la tecla del avance… Pero esas, rara vez funcionan bien, sin alguna que otra pausa, sin algún que otro examen de la puñetera y salvadora conciencia… Porque ocurre con la vida como en las películas. Finalizada la proyección, nada ya puede hacer mudanza…

En la "Penya" leías, por enésima vez, el último sarcasmo gubernamental: "Esto sólo lo arreglamos entre todos.org"… Y Roig parecía divertido.
- ¿Los pirómanos son los que llaman a los bomberos? -te pregunta-
- No, Roig, no…
- ¡Ah, bueno!

Y Roig se parece entonces al bueno de Obélix, cuando profería aquello de que "¡están locos esos romanos!".

Pero, en cierto sentido, y dirigido hacia otras metas, tal vez deberíais seguir la frase publicitaria y utilizar, ya, ese otro mando a distancia que no ocupa lugar alguno, que no se inunda de polvo, que no abre puertas a la indecencia, sino vías de regeneración. Arturo Pérez Reverte escribía ese mismo domingo, en "XL Semanal": "Cuando el maltratador defendido por la maltratada, el corrupto reelegido para alcalde, el violador reincidente, el terrorista que apenas paga su crimen, el hijo de puta menor de edad, la tía marrana que aprovecha la ley para vengarse del marido inocente, el pirata somalí que rompe el tópico del buen negrito, nos meten el Kalashnikov por el ojete". Triste y real cuadro. ¿Qué no podéis cambiarlo?

- ¿Dónde estará el manual de instrucciones de ese mando invisible? –te preguntas-. Lo lees, simbólicamente. Y hallas respuesta a la pregunta formulada sobre la posibilidad o imposibilidad de cambiar las cosas.
A.- Pulse "stop" y medite.
B.- Ponga en "stand-bye" (¿se escribirá así?) a su familia.
C.- Repase/"Rewind".
D.- Dele al "play". Enséñele a su hijo algunos valores. Con palabras. Pero, sobre todo, con una coherencia de vida. Dedíquele tiempo. Inúndelo de amor. Y, si se tercia, pídale perdón. Haga otro tanto con los que le rodean y aman. Queda aún tiempo. Lo indica una de las pantallitas…

Así, en un futuro, cuando rebobine la "peli", tal vez se dé cuenta de que siguen existiendo los piratas, pero que su hijo no es uno de ellos; de que fue menor, pero no un hijo de puta porque alguien le mostró lo que estaba bien y lo que no; de que su hijo aprendió a aborrecer el maltrato –físico o psicológico-; de que supo discernir a quien se podía votar y a quién no; de que su hijo, sí, vio en la mujer no un mero pañuelo de papel de usar y tirar; de que tomó conciencia de que la calumnia es un crimen; de que, en definitiva, nadie fue capaz de meterle un Kalashnikov por la boca. Y el mundo, será, aunque sea en menor medida, ya, otro…