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El que diga lo contrario es un hipócrita y 'telefloja'. Alguien habrá pensado mal al leer el título, llegando a la conclusión errada de que voy a hablar de 'pitus i flautes'. No. En mi recién estrenada condición de soltero me he permitido el lujo de reconciliarme con antiguos vicios como el de la videocónsola, aunque no sea el últimisimo modelo que se anuncia.

Pues eso. Hasta hace poco en mi habitación, sí, amigo lector, vivo con mis padres y seguramente lo haré hasta que pueda vivir de mis hijos, según la descripción de la tontería esta de la generación Ni-Ni, colgaba en la pared una televisión plana de quince pulgadas. Me gustaría explicar qué es una pulgada, más allá de lo obvio que resulta que es una forma de medición. La tele, que no contaba con el dichoso TDT integrado y que me tuve que comprar, tenía un contrato laboral algo anárquico. Funcionaba cuando le apetecía, que era casi nunca, aunque, como casi todo en esta vida, cubría su ineficacia con un bonito diseño.

Así que dos años después le encontré un nuevo hogar y una nueva familia donde según me cuentan es más feliz y funciona más regularmente. Yo me quedé compuesto y sin tele, así que llené el vacío que me quedó con otra. Otra tele, claro. Como desde hace unos meses al Diario Menorca le ha dado por pagarme por escribir pensé en regalarme un caprichito. No me hizo falta buscar mucho. Encontré a mi nueva compañera en la primera tienda a la que fui. Ya se dice en estos casos. "El mar está lleno de peces". Y de teles, supongo.

Así que obvié la crisis y saque la Visa para darme el gustazo, financiación a cuatro meses mediante, y me llevé a casa una pantalla de 39 pulgadas. Repito, no sé cuánto mide una pulgada pero la diferencia de 15 a 39 es mucha, acongojante. Además al animalito en cuestión le han enchufado de fábrica un TDT de alta definición que cuando un asesino en serie mata a la típica estudiante tonta que se tuerce el tobillo fortuitamente, la sangre me salpica. Una maravilla.
No digo que el consumo habitual de televisión sea recomendable. Pero con una pantalla como la mía resulta cuanto menos apetecible. Y si encima, jugando a la consola, consigo que el Madrid le gane en algo al Barça, la vida es maravillosa. De verdad el tamaño importa. Y de la tele también.

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dgelabertpetrus@gmail.com