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Casi todas las mañanas, desde hace meses, nos cruzamos camino al colegio, con un hombre. No le conocemos, no sabemos su nombre, ni de dónde es, ni a dónde va, ni de dónde viene.
Le vemos aún en la distancia y todos exaltados anunciamos: ¡el señor! ¡el señor!

Al cruzarnos, nosotros en el coche y el andando, para su paso y con una sonrisa inmensamente feliz y entrañable, nos saluda.
A partir de ese momento mi día ha dado un giro maravilloso ¡he despertado! Y se instala en mí una profunda sensación de alegría. Como con un chasquido de dedos parece que el mundo se vuelve más fácil, más amable. Me río, nos reímos todos

Con el tiempo le hemos ido encontrando por otros recorridos y al igual que en el camino matutino, se para nos sonríe y nos saluda.
Parece que viene de otro mundo o de una época pasada donde la gente paseaba y disfrutaba del entorno. Donde el tiempo aún se medía por minutos, donde la gente se conocía por su nombre, donde la vecindad era parte de la familia.
¿Será menorquín? ¿será "foraster"? ¡qué más da! Es un ser humano encantador, es la constatación de que ante todo y sobre todo somos personas capaces de comunicarnos con una sonrisa y producir en el otro la certeza de existir.
Hace unos días paseaba yo por Mahón, subía por la calle Nueva cuando a modo de aparición, con el sol tras él, apareció andando hacia mí ¡el señor! No me lo podía creer, ¡allí estaba!
Yo solté un emocionado ¿sabe quién soy? Él sonrió ¡igual, de la misma forma! y acercándose más a mí nos agarramos las manos y le informé: "soy la que se cruza con usted muchos días por el camino y nos saludamos. Voy con los niños"
- ¡Y también me saludan! -contestó él.

¡Ah! me había reconocido ¡qué ilusión! ¡el señor del camino!
- "¡Si supiera usted lo que me ayuda su sonrisa!" -le confesé.
- "Yo saludo a todo el mundo y sonrío porque soy feliz. Unos me responden y otros no, pero da igual"
- "¡¿Cómo se llama usted?!" -me atreví a preguntarle
- "Federico, para servirla" ¿y usted?
- "Aurora, me llamo Aurora ¡Qué ilusión Federico! "
El señor del camino ha dejado de ser un hombre anónimo y se ha convertido en Federico.
Tras abrazarnos como dos viejos amigos que se reencuentran, quedamos en vernos, va a venir a casa a visitarnos y sonreiremos todos ante la magia de las pequeñas grandes cosas, ¡las importantes!