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Robert Bolt cierra su guión de "La Misión" con las siguientes palabras, puestas en boca del Cardenal Altamirano y tras el asesinato de unos misioneros que, fundidos con la pobreza de los indios guaraníes, habían dado su vida por ellos: "Así, pues, Vuestra Santidad, ahora vuestros sacerdotes están muertos, y yo sigo vivo. Pero en verdad soy yo quien ha muerto y ellos son los que viven, porque, como ocurre siempre, el espíritu de los muertos sobrevive en la memoria de los vivos". Brillante punto y final que habla de algunos óbitos impensables. Tan impensables como imposibles. Se debe contradecir, en ocasiones, a Cernuda y dejar constancia de que el olvido no es, siempre, el último escupitajo de la muerte.

Roig te observa, como exigiéndote, rogándote, más bien, la causa de tu ensimismamiento…

- El amor sembrado es, probablemente, uno de los pocos accesos a la inmortalidad, Roig. Y las palabras, cuando no son disfraz sino, más bien, prueba férrea de que la coherencia existe.

Has conocido muchos casos de doblez en el mundo que analizas y predicas, diariamente, desde las aulas permanentemente envejecidas. Ese mundo sin el cual, tu vida, sería otra.

- ¿Qué mundo? –te pregunta-

- El de la Literatura…

Has conocido a autores que, en sus obras, defendían con una desgarradora fuerza y belleza al humilde, pero a los que, en sus vidas, ese mismo humilde les importaba un carajo. Y las palabras – sus palabras-, entonces, espléndidas, con sentido, se mudaban en sudarios, en jirones, viéndote en la ardua obligación de remendarlas con maltrechas frases hechas: "hay que separar obra y vida". Y aún siendo cierto el aserto, desearías haber podido omitir el esfuerzo, en ocasiones ingente, de tener que centrarte en el texto para olvidarte de quien lo parió.

- ¿A quiénes te refieres?

Tu silencio es respuesta. Roig se da por enterado de que fueron, de que son, multitud…
- En él esa dicotomía no se produjo –continúas-. Por eso, sus palabras, las suyas, sí, no tenían remiendos… Por eso, también, su óbito es, como el de los sacerdotes de "La misión", un óbito impensable… No contento con la precisión en su uso, las acarició con la esencia de un testimonio de vida…

Así -lo sabes- , cuando se hable en el futuro de verdadero ecologismo, sus vocablos, referidos a su novela "Parábola del Náufrago", clamarán: "(…) el poder del dinero y la organización –quintaesencia de este progreso- terminan por convertir en borrego a un hombre sensible, mientras la Naturaleza, mancillada, harta de servir de campo de experiencias a la química y a la mecánica, se alza contra el hombre en abierta hostilidad.
En esta fábula venía a sintetizar mi más honda inquietud actual, inquietud que, humildemente, vengo a compartir con unos centenares –pocos- de naturalistas en el mundo entero".

Así también –lo sabes-, cuando erróneas "memorias históricas" sectarias anhelen reavivar los odios a duras penas soterrados, alimentándolos y transmitiéndolos, como insana leche materna, de generación en generación, inmutablemente habrá alguien abriendo, en alguna biblioteca salvadora, las páginas de "Las Guerras de nuestros antepasados" para que un Pacífico Pérez le indique, desde ellas, que ese no es el camino ("A saber, oiga. Lo cierto es que en casa, empezando por el Bisa y terminando por Padre, todos tenían su guerra, una guerra de que hablar").

Como sabes que, cuando un adolescente gima rogando un poco de afecto, disfrazando su exigencia, avergonzado, de rebeldía y violencia, él estará allí para susurrarle, con su discurso de entrada en la Real Academia bajo el brazo: "(Es necesario) revitalizar los valores humanos, hoy en crisis, y establecer las relaciones hombre- naturaleza en un plano de concordia. He aquí mi creencia, y, por hacerlo comprender, vengo luchando veinticinco años".

Así –lo sabes-, cuando os percatéis de que el progreso se ha travestido en un progresismo de diseño en el que anida, realmente, una burguesía tradicional asedada por esa etiqueta políticamente correcta, sus palabras, cegadoras, iluminarán miserias: "Esto, señores académicos, es quizás lo que yo intuía vagamente al escribir mi novela "El Camino" en 1949, cuando Daniel, mi pequeño héroe, se resistía a integrarse en una sociedad despersonalizadora, pretendidamente progresista, pero, en el fondo, de una mezquindad irrisoria".

Así…
- Lo suyo fue mucho más que Literatura, y Literatura, en mayúsculas, Roig. Fue ética. Fue coherencia. Fue un programa de vida. Fue el trazo sereno y firme hacia una posible salvación…

Te inundan, incluso en la placidez de un domingo entristecido por un tozudo invierno, imágenes esperpénticas de tu país: violencia de sexo y justicia inservible; chulas y chulos, miembros y miembras tirándose sus excrementos y orines en platós de televisión;
políticos obesos por las calorías diariamente consumidas de la desvergüenza; intolerancias; laicismos a modo de vendettas; mentiras; engaños; incompetencias no asumidas; el todo vale; el "sálvese quien pueda"… El "Cambalache" de 1934. El de siempre, a fin de cuentas, llevado al paroxismo… Y, frente a todo ello, el recuerdo de un hombre con boina paseando por las calles de Barcelona, discreto, fuera de su hábitat… Al que tanto debes. Entre multitud de cosas, el haberte mostrado que las cosas podían ser –debían ser- distintas…

- Me lo enseñó con palabras, Roig…

- Y con su vida…

- Y con su vida…

Roig no lo sabe. Pero a Miguel Delibes le hubiera caído bien. Ambos se hubieran caído, mutuamente, bien…