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No nos podemos quejar porque en el fondo no estamos tan mal. La generación, que como yo, ahora navegamos a la deriva entre los veintipocos y veintitantos, podemos presumir de una infancia tranquila a excepción de cuando Chanquete estiró la pata en aquel horroroso 'Verano azul'. Lo superamos, y sin redes sociales, del mismo modo que vencimos a Naranjito y a las coderas y rodilleras con las que nuestras madres y abuelas nos remendaban los chándales después de cada partido de fútbol. Eran realmente feas. De hecho, lo siguen siendo. Claro que el grado de su belleza, por mucho que el parche en cuestión tenga el escudo de nuestro equipo favorito, es directamente proporcional a su utilidad.

Creo que en esto de las crisis nos hemos curtido lo nuestro. Y si no, basta con mirar el peinado que llevábamos hace 15 años. Horroroso. Creo que en el fondo nuestros padres nos estaban preparando para lo peor, que lo hicieron por nuestro bien. O los disfraces que llevábamos en la guardería. Repasando un viejo álbum de fotos he descubierto por qué temo a las mariquitas ('poriols', no me piensen mal). Es un trauma que me acompañará por los tiempos. Otro aspecto que sirvió para crecer a marchas forzadas fue cuando nos quitaron las ruedecitas de la bici. En mi caso fue más tarde de lo habitual, porque reconozco que soy bastante patán.
Pero la infancia, con sus pros y sus contras, fue maravillosa gracias a la televisión, que de un día para otro pasó de tener dos canales a tener cinco. Y en nuestras vidas entraron Son Gokuh, Oliver Aton, Marc Lenders y un sin fin de dibujos animados que mejoró nuestra calidad de vida sensiblemente mientras nuestros padres se partían los cuernos con la crisis de los 90. También gozamos con Steve Urkel, El príncipe de Bel-Air y la tropa de Salvados por la campana, donde empezamos a fijarnos que las niñas, para los niños, no eran tan repelentes como nos parecían, y los niños, para las niñas, no éramos más que una panda de pringados que no les llegaban ni a la suela de los zapatos a los guaperas de Sensación de vivir.

Entre todos nos enseñaron a vivir. Hasta que llegaron Los Simpsons. Ahí todo cambió. Pasamos a ver el mundo en amarillo y supimos que toda metedura de pata se arregla con un 'ouch' o un 'mosquis'.

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dgelabertpetrus@gmail.com