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Supo en la cárcel de lo cínica que es la sociedad, del deterioro humano, del porcentaje de reclusos que lo son a causa de la droga -el 40 por cien-, del fracaso del sistema penitenciario, de la negativa de muchos a rehabilitarse y aprendió a conocerse a sí mismo. Mario Conde, abogado brillante, empresario sagaz, banquero de pro acabó con sus huesos en la cárcel pero salió de ella indemne, sin que le machacara todo lo que los altos muros de hormigón y soledad encierran. No perdió ni un ápice de su inteligencia, ni su oratoria brillante, ni ese aura de "porque yo lo valgo" que le rodea y triunfó en su conferencia en Maó, como lo ha hecho en otros lares, ante un auditorio heterogéneo y ávido de empaparse de su experiencia, una suma, como en la del resto de los mortales, de aciertos y errores propios. Empresarios, políticos, profesionales liberales, jóvenes emprendedores, en su mayoría, escuchaban su alocución atentos a cada palabra. Me pregunto cuáles fueron las suyas, qué pensaban, qué opinaban de él cuando se convirtió en un ídolo caído y cómo parece tan sencillo pasar de héroe a villano y viceversa.