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Sra. ministro (¡empezamos bien!) Sra. ministra:s

Con el indebido respeto (y en la esperanza de que estas líneas lleguen finalmente a sus manos), desearía describirle la desazón y las profundas preocupaciones filosófico-metafísicas en las que me ha sumido su última parida: la de "prohibir", "semi-prohibir", marginar los cuentos tradicionales por "machistas". Ya sé, Bibiana –permítame que me dirija a usted así, por aquello de la igualdad- que lo suyo no es comparable con la quema de libros por parte de los nazis. Pero es que los hijos de la gran p_ estaban, en el fondo, cagaditos, no fuera a ser que les diera por leer uno y se les activara la única neurona que pululaba, borracha, por su cerebro. Aunque en eso de las neuronas sí que hay cierto paralelismo. Lo de los nazis no tenía gracia y, sin embargo, lo suyo, es de risa. ¿Qué haríamos sin usted, Bibiana? Pero si lo de la prohibición me ha preocupado, mayor ac_jonamiento me ha producido lo de las adaptaciones. Porque, dime, ángel/ángela de amor, ¿cómo transformamos los cuentos tradicionales de marras para convertirlos en un producto políticamente correcto? ¡Veamos!

"Los tres cerditos", any problem! El que los cerditos sean cerditos, o sea: del género masculino, no va a producirle, me temo, ansiedad alguna. Pero, ¡ay! ¿Qué hacemos con Blancanieves y los siete enanitos? Sobre todo con lo de los enanitos. ¡Qué son siete, número impar! Ahí, sra. Ministra, lo tenemos crudo, por lo de la paridad, digo. Porque si fueran seis, ¡asunto zanjado! Cambiamos de sexo a tres enanitos y tan contentos. A saber: tres enanitos y tres enanitas. ¡Perfecto!. ¡Pero hasta en esto tiene usted suerte! Al séptimo le adjudicamos un sexo neutro, que ya hay un caso, ¡oiga!, y ¡santas pascuas! No obstante, en este país, sra. Ministra, somos muy guarros y si antes lo de los siete enanitos y Blancanieves ya tenía ciertas lecturas un tanto subidas de tono, pues eso, ¡ya me dirá usted!, que lo de ahora va a ser peor y como más "heavy"... La verdad, no sé si será lectura apropiada para niños, aunque esa no es, lo de la ética, digo, me temo, una de sus mayores preocupaciones...

¿Y lo de Superman? ¡Qué esa es otra! De todos es bien sabido que cambiarse de ropa en una cabina de teléfonos es algo rarillo. Entre otras cosas porque son de cristal y, por tanto, transparentes y, ¡natural! eso es tanto como usar probadores sin puertas ni cortinillas... Pero, ¡aceptemos pulpo como animal de compañía! ¡Vale! ¡Qué se ponga los calzoncillos en una cabina! Pero es que ahora, con eso de las nuevas versiones, usted le va a exigir que le dé por unas braguitas de encaje y eso, ¡créame!, va a ser peor que lo de la kriptonita. ¡Qué con braguitas de encaje, qué quiere que le diga, los héroes ya son otra cosa!

Que Caperucita pase a ser Caperucito, sin embargo, lo entiendo. Y es que la pobre era tonta del c_lo. Mire usted que confundir a un lobo con la abuelita. Ya sé que hay abuelitas y abuelitas y que algunas tienen pelillos y no han pasado por ninguna corporación dermo-estética, pero de eso a no percibir la diferencia, pues eso, sí, que de tontos. Y como mujeres tontas, de haberlas no las hay, pues eso –repito- , ¡que Caperucita sea un tío! ¡Asunto zanjado, sra. Ministra!
¿Y lo de Ofelia, la inefable secretaria de Mortadelo y Filemón? Ahí, Bibianita, ¡mano dura! De hecho, la pobre Ofelia representa el rol femenino por excelencia –el de secretaria- y además está hecha una "foca". Tal vez, en una de sus adaptaciones, podría mudarse en una directora general de su ínclito ministerio. Eso y un "lifting" (¿se escribirá así?). ¿De acuerdo? Por cierto, Mortadelo (acosado, sí, por Ofelia, ¡una mujer acosadora!) se lo agradecerá en el alma y, de seguro, la votará en las próximas elecciones...

No obstante, ahora, señora, llegamos al meollo de la cuestión. ¿Qué puñetas hacemos con "La Cenicienta"? Porque, la verdad, si la convertimos en El Ceniciento, vamos a tener serios problemas. Para empezar resulta cutre que un príncipe vaya por ahí, con un zapato usado, en busca y captura de un tío al que vio sólo una noche... Por otra parte está bien que los hombres comiencen a realizar tareas domésticas, pero de ahí a que por las noches les dé por salir con traje "de luxe", con un corte a lo "Gilda", para lucir muslito dejando asomar su masculino vello, pues, ¡qué quiere que le diga! Y, ¡encima! , en una carroza que antes había sido una calabaza. ¡No cuadra, no cuadra! Si se hubiera tratado, por lo menos, de un "seiscientos"... Tampoco me imagino al Ceniciento contoneándose con zapatos de tacón alto... ¡Qué no tenemos práctica, oiga! ¡Qué el pobre puede quedar hecho unos zorros de tanta caída, Aído, y eso no sería de recibo! "¡Oh, van a dar las doce –diría el Ceniciento cubierto de hematomas- y la carroza se va a convertir en calabaza y yo tendré que regresar a casa!" ¡Idiota! ¿A casa? ¡A la "Unidad de Cuidados Intensivos" del "Matad Orfila", "ple de cops blaus", inocente!

¡Ardua tarea, señora Ministra! Pero, ¡créame!, salve a algún héroe y déjelo suelto por ahí. Lo va a necesitar, hombre o mujer, porque, ¡anda que no están contentillas con usted todas aquellas personas (entre las que me cuento) que luchan por una auténtica igualdad hombre-mujer y que la buscan desde la seriedad y no desde el esperpento! ¡Triste favor les hace, sra. Ministra! Pero incluso en eso tiene usted suerte. Siempre le quedará El Jabato. Sus aventuras se desarrollaban en una época de su agrado: aquella en la que en los circos los leones se comían a los cristianos. Además, señora, El Jabato, pese a ser un gladiador o algo parecido, iba siempre en "topless" y llevaba faldita. ¡Toda una gozada!"

- ¿A quién escribes? –te pregunta Roig-
- A la ministra Bibiana Aído...
- ¡Te van a tomar por loco!
- ¿A mí? ¿En este país?

P.S.- Estimado sr. Director del "Menorca": Llegados a este punto, a Juan Luis le dio un severo ataque de risa del que aún no se ha recuperado. Temo por él y por mí, ¡natural! Le remito el artículo que estaba escribiendo sin saber, a ciencia cierta, si estaba o no acabado. En el hipotético caso de que la Ministra esa le de un tirón de orejas, dígale que Juan Luis, en el fondo, es inofensivo y que lamento, profundamente, ser un perrito y no una perrita. Pero es que, estimado director, a mi no me va lo del cambio de sexo. Afectuosamente, Roig.