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Hace unos días el siempre imprescindible Fernando Savater ha publicado un artículo en "El País" donde ha tratado el tema de las "sinécdoques" para referirse, acertadamente, al uso torcido que hacen los nacionalistas de ciertas expresiones lingüísticas. El diccionario define el término sinécdoque como un "tropo" que consiste en extender, restringir o alterar de algún modo la significación de las palabras. Así, se usa una parte para representar a un todo o, más claro, se intenta representar a un todo desde una parte del mismo.

Para muchos Savater junto a Vargas Llosa (y algunos autores foráneos) son los mejores y más lúcidos colaboradores del actual periódico pro-socialista que una vez, en sus principios, fue independiente. De hecho sólo colaboraciones como las suyas justifican aún la adquisición de este diario que en muchas ocasiones se muestra como otro panfleto mediático más a favor del Gobierno. Pero, no nos desviemos.

El artículo en cuestión se refería al significado maligno que adquiere esta figura cuando los nacionalistas utilizan este "tropo" para intentar dar por supuesto que "sus" opiniones son las opiniones de todo un pueblo. Una parte por el todo = sinécdoque.

Efectivamente, cuando los identitarios obsesivos proclaman que hablan en nombre del pueblo no hacen sino incurrir en una falsedad y en la figura (también falsaria) que comentamos.

Hay abundantes y conocidos ejemplos en Cataluña y también en Menorca. Cuando Pujol, Rovira Pérez o incluso el "pobret Montilla" dicen hablar en nombre del pueblo catalán ("Cataluña opina", "Cataluña piensa") no hacen sino mentir como bellacos. Sólo hablan en nombre de quienes les han votado o de las sociedades comerciales (con ánimo de lucro, por supuesto) que han montado con otros socios, pero no pueden hablar en nombre de todo el pueblo por que sencillamente no lo representan. Al menos no deberían de estar autorizados para hacerlo. No lo representan porque la mitad de catalanes optan, hartos como están de tanta chorrada nacionalista, por no votar. (¿ La abstención al poder?).

En un magnífico ejemplo de transparencia social y en uso de sus derechos ciudadanos, lo vimos con meridiana claridad cuando el referéndum sobre el nuevo Estatut (sí, ese que es inconstitucional aunque todavía no sabemos hasta que punto) cuando no fue aprobado por lo que se suponía debía de ser una abrumadora mayoría social real.

En Menorca cuando en la pomposamente llamada "Diada del Poble de Menorca" (antes simplemente "Es dia de Sant Antoni" …i res més) oímos proclamar desde púlpitos oficiales, y desde un reduccionismo totalizador, referencias nacionalistas "al pueblo de Menorca, al espíritu de los menorquines, etc." se incurre en el mismo error. Cada ciudadano de la isla tiene su propia visión de la realidad y sólo desde la libertad personal puede aceptar o no sentirse representado por quienes usurpan su parte por un todo impuesto. No todos deseamos ser transmutados en catalanes sino que muchos queremos preservar nuestra personalidad menorquina.

Como ejemplo de cómo lo identitario se ha ido colando en nuestras mentes, muchos recuerdan aquel bramido que sonó en el Teatro Principal de Mahón cual "aullido" ( Allen Ginsberg siempre en el recuerdo) una noche de un día de los años de la Transición (¡Qué noche la de aquel día! cantaban Los Beatles). Efectivamente, al grito racial de un "Nozotro lo menoquine" ya histórico y perfectamente documentado, archivado y registrado, se reivindicaba democracia pero, sin saberlo entonces, también identidad. Aquel día la gente se quedó de piedra.

Aquel acento andaluz que sonó en toda su pureza campestre era el principio de la reivindicación identitaria de quienes después (protagonista aparte) asumirían, en prueba de integración absoluta, los supuestos postulados identitarios de la tierra que los acogió. Era el principio de la "globalización nacional" de la cultura española en todas sus regiones. Andalucía era Menorca. Y a la inversa. Por nuestra parte ya podíamos bailar sevillanas sin avergonzarnos. Yo estaba todo "aclarido". Para algunos desde entonces si alguien bebe gin, se atraganta de pastissets, reivindica la parálisis económica, se asocia al Gob, apoya las moratorias, está en contra del progreso, desprecia "es rallar en plà", odia los amarres y los coches, "enraona en tost de rallar", etc. sólo entonces ya puede autotitularse como buen menorquín. Pues vaya, vaya. ¿El Fin de la Historia?.