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El desconcierto que han vivido los ayuntamientos a propósito de la modificación del decreto que prohibía su endeudamiento a largo plazo no pasaría de mera anécdota si no fuera porque constituye el reflejo del balanceo que sacude al Gobierno. La rectificación es precisa para enmendar errores, pero la corrección permanente constituye un síntoma de debilidad e indecisión justamente cuando más necesario se hace el rigor y mayor claridad se demanda en las medidas de austeridad que, a estas alturas, todos convenimos como inevitables. La seriedad, la previsión y la seguridad son fundamentales para mantener credibilidad y no caer en un ánimo general de zozobra.

La incidencia coincidió con el agrio debate en el Senado que tan desagradable sensación ha causado en una opinión pública atónita por la desorientación que transmite el Ejecutivo y la falta de colaboración del Grupo Popular. El momento exige otra actitud, la de firmeza por parte de quien ejerce el gobierno y de pacto y empuje por quien aspira a asumir esa responsabilidad. Las medidas de ajuste, en plena sintonía con las economías europeas, requieren además el compromiso de todos los niveles de la administración si de verdad se pretende eficacia en la reducción del déficit público.