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Junio es el mes del calor, el turismo, la playa y las vacaciones. Junio inaugura el principio del relax, el cachondeo y la buena vida. Todos ansiamos que llegue uno de los mejores meses del año ¿verdad? Se equivocan y no saben cuánto.

Hay una parte de la sociedad, y es una parte numerosa que teme y odia junio más que ningún otro mes del año: los estudiantes.

Durante este mes se concentran los exámenes finales que probarán aquello que se ha hecho durante todo el año. Los padres, tribunal supremo, valorarán las calificaciones y determinarán cuánto relax y cachondeo van a concederles este año. Todo depende de un mes. Junio.

Uno se va haciendo a la idea durante el curso y, para él mismo, se dice convencido que éste año estudiará cada día, que sacará notazas, y sobre todo, que este año no le pillará el toro.

Y al fin llega este periodo en el que los estudiantes se encierran en sus hogares y empiezan la batalla final. El gran reto. Pero no es tan fácil. Hay trabas en el camino.

Una vez el estudiante se pone manos a la obra, su cerebro le engaña. De pronto, mira a su alrededor y se da cuenta de que, incomprensiblemente, su habitación no está ordenada. Que ha de ordenarla en ese preciso instante ya que de otra manera no podrá concentrarse. Al fin y al cabo, es un bien para poder estudiar luego, ¿no? Al volver al trabajo y quedarse en silencio, el Sol, en todo su esplendor aparece y con él, los gritos de aquellos que, afortunados, se lo están pasando en grande en la calle. El estudiante, que en ese momento odia a todo ser vivo feliz y relajado, intenta cerrar la ventana y no desquiciarse más con las risotadas de los niños y las divertidas conversaciones del gentío, pero poco tiempo después su cerebro, gran enemigo, le vuelve a engañar. Una idea le ronda en la cabeza. Ha de tomarse un descanso, convenciéndose de que no es bueno estudiar durante mucho tiempo. Baja el rendimiento. Una vez en el salón, la televisión le engancha como pegamento con cualquier cosa, ya sea un documental o el cotilleo de la prensa rosa. Pero ha de estudiar, así que después de largo rato viendo a personas hablar sobre la vida privada de gente ajena, el estudiante recapacita y piensa "hay que volver al lío". Al pasar por la cocina, sin embargo, considera que se trabaja mejor con el estómago lleno y acaba devorando todo alimento que encuentra por su paso. No mucho más tarde, el móvil suena...

Al llegar la noche, y como cada año por esas fechas, uno mira el reloj y el montón de hojas que tiene para estudiar, y entonces con resignación, sentencia: Me ha vuelto a pillar el toro.

Mucho ánimo a todos aquellos que libráis la dura batalla contra los exámenes finales en Junio.