TW
0

Sigue allí, inexplicablemente, resistiendo con la misma tozudez de la aldea gala de Astérix. Pese al desamor –a tantos desamores de tantas décadas y, a la vez, de tantos dueños- continúa conservando toda su hermosura. Es pobre, pequeña, a duras penas ya blanca, con porche y besa –en ocasiones con pasión, las más con ternura- ese mar con el que lleva cortejando casi un siglo. Tus recuerdos suplen sus carencias actuales: actualizas unos geranios en las ventanas diminutas por las que entraban cálidos vientos de estío, haciendo danzar las bellísimas cortinas de encaje que una mágica mano maestra de menorquina tejió, seguro, a la usanza tradicional. Evocas su vieja silla a la que fueron sajando, lentamente, sus cuatro patas y convirtiéndola en cruel carnaza de barbacoa. Evocas un gato que, en las noches de luna, le confería una pincelada de misterio… Y actualizas sombras de las gentes que la habitaron. No sus rostros. Pero sí sus sombras. Desde la convicción de que eran sombras felices…

- Sigue allí, Roig, impertérrita –le comentas-.

Roig es, hoy, un Roig agradecido, porque ha cruzado los lindes, los modestos umbrales de su paseo diario. A Roig le gusta el mar. Como le gusta esa casa que se deja acariciar, casi, por un Mediterráneo también agradecido. Hace poco unas durísimas normas de ortodoxos gestores de la cosa pública, fieles seguidores de manuales ecologistas de la desvergüenza y la hipocresía, la quisieron derribar. A escasos metros, sin embargo, un macro-hotel, curiosamente no amenazado por lo "políticamente correcto", comerciaba con carne humana. Y tú te preguntabas, una vez más, qué se hizo de esa izquierda, esa, real, que hubiera optado por promocionar la isla desde la dignidad de esa "caseta" en vez de hacerlo con los muslos de mujeres desprovistas de toda dignidad. Quisieron acabar con ella. Pero, como en el caso de la aldea gala, no lo consiguieron. Nadie intentó, sin embargo, derrumbar esa desvergüenza urbanística que, como terrible sarcasmo, la acompaña a modo de indeseable vecino. La casa es pobre. El macro-hotel huele a "progreso". Y ya se sabe qué ocurre, siempre, con los pobres.

Quizás todo comenzó allí –piensas-. Cuando alguien cerró la puerta de esa casa-cochera lamida por el mar. Cuando tantos menorquines, guiados por los cantos de sirena de un progreso mal entendido, cerrasteis tantas puertas de tantas "casetas", cortejadas por el agua salada de la felicidad. Y las cerrasteis para abrir otras puertas, de otras casas, que hablaran de opulencia… Habíais caído en las redes… Y no eran redes de pescadores. En las "casetas" que clausurasteis, cantabais e ibais en bañador. Y el tiempo era vuestro. Un tiempo solidario de vecinos en las aceras, de ginebras compartidas, de boleros en las noches, eternamente repetidas, de insoportables bochornos estivales… Y en las viviendas nuevas comenzaron a alzarse muros para delimitar propiedades. Los viejos muebles se mudaron en objetos de diseño pagados a plazos (¡era tan fácil!). El césped os esclavizaba, pero "palo con gusto no escuece". La casa dejó, entonces, de estar a vuestro servicio y se invirtió el proceso. El dinero venía fácil. "Fácil viene, fácil se va…" Y surgió el inevitable "efecto dominó". El chalé (las "casetas" mudaron, incluso, de nombre) exigió una cochera y una cochera un "4x4" y un "4x4" y… Las sirenas entonaban su melodía atractiva: "Compre ahora, pague después". Fácil viene, fácil se va, sí…

Como a esa silla a la que cercenaron las cuatro patas, fuisteis cercenando a vuestra economía sus pilares. Cayó la agricultura, la bisutería, el calzado… Pero no había de qué preocuparse: la silla se mantenía firme gracias al turismo, primero y al negocio inmobiliario y del alquiler, después… Pero ahora la silla se tambalea y está a punto de caer y, por no haber, no hay ya ni chimenea hogar donde consumirla. Las viviendas que alzasteis llevados por el "pido un préstamo" y un "carpe diem" malentendido, se van derrumbando, como los muros que alzasteis. Y los jardines y céspedes, desatendidos, se muestran mustios. El ruido de las segadoras y de los "4x4" han salido del escenario. La nota sombría ya no la aporta ese gato que se paseaba por "sa caseta" en las noches de luna, sino los carteles que proliferan y crían y en los que se lee un "Se vende" que, en ocasiones, es aún más dramático: "Se permuta"; "se regala". La gente ya no va en bañador, ni canta boleros, ni consume fraternalmente gin, ni se conoce… Pero no es algo nuevo. Dejasteis de hacerlo cuando arrancasteis, por primera vez, la segadora o vuestro "todo terreno"… Perdisteis mucho… Perdisteis un estilo de vida y una filosofía que os hacía felices. Y lo cambiasteis por una "Visa" oro y las encerronas del capital…

La silla está rota… Y la casa mecida por el mar, hermosísima, abandonada. ¿Las causas de la crisis? Las conocéis. Pero viéndola, hoy, allí, olvidada pero altiva, te preguntas si, en cierta manera, todo no empezó hace ya mucho, cuando alguien cerró su puerta, y, a la par, vuestra identidad, vuestro pasado y –me temo- vuestro futuro…