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Inciso 2234: Corre un tópico por ahí de que los mahoneses nos hemos dejado siempre invadir sin mover un dedo.
Hombre, tampoco es eso.

Recuerdo aquí por ejemplo la batalla de Biniatap en 1707 cuando dos mil milicianos menorquines (campesinos mal armados) defendieron su insularidad frente a las tropas regladas del conde de Villars (estos "fransese" siempre con la manía de invadirnos. La han cogido -históricamente- llorona).

En la refriega murieron muchos paisanos nuestros. Cientos de ellos. Dicen que fueron enterrados todos en una fosa común en lo que hoy se conoce como "Clot de ses Ànimes", cerca de ese lugar íntimo y recoleto que es Cala Pedrera.

Una de estas noches, equipado con un "casete" voy a buscar psicofonías a ver qué me cuentan las almas en pena que deben rondar por el Clot. Si tengo éxito, podría presentar a la próxima "Trobada de Historiadors de Menorca" una ponencia titulada: "Novedoso método de investigación histórica, entrevistando a testigos de la época por medio de las nuevas tecnologías".

Bueno basta de pitorreo. Ahora Badajoz.
En el suplemento "Mujer" de Es Diari del sábado pasado, viene relatada una bonita historia de amor que le reconcilia a uno con el mundo. En el verano de 1812, después de tomada Badajoz por los británicos, un oficial del ejército de Wellington encontró a una joven desvalida cuyos padres -dice la cronista- "habían muerto en el asalto", la protegió, se enamoró de ella, se casaron y toda su vida fueron una pareja (supongo que razonablemente) feliz. Hasta aquí todo muy bien, pero la cronista omite, o no sabe, que los padres de Juanita Ponce de León (que así se llamaba la joven) no murieron en el asalto, sino después del asalto.

Hombre, Ponce, eso me recuerda a alguien.
Resulta que el ataque a la fortaleza de Badajoz se llevó a cabo cuando el asalto aún no estaba maduro y costó sangre sudor y lágrimas. Los batallones británicos se estrellaron una y otra vez en tres brechas abiertas en la muralla y muchos regimientos quedaron en cuadro.

Wellington se equivocó en los cálculos y mandó a sus hombres a la muerte. El éxito costó muchas vidas inglesas y (parece) que para compensar tanto sufrimiento de sus tropas, lord Wellesley consintió el saqueo de la ciudad que duró varios días con el consiguiente rosario de asaltos a la propiedad, muerte de paisanos y violaciones. Los hoolligans de entonces se cebaron con una población inerme y eso que eran aliados nuestros, si llegan a ser enemigos...

El conde de Toreno, uno de los diputados de Cádiz en 1812 (que disculpa a Wellington, aunque la excusa me parece un poco simple) escribió en sus memorias lo siguiente:
"Trataron bien los ingleses á sus contrarios; malamente a los vecinos de Badajoz. Aguardaban éstos con impaciencia á sus libertadores, y prepararon regalos y refrescos, no para evitar su furia, como han afirmado ciertos historiadores británicos, pues aquella no era de esperar de amigos y aliados, sino para agasajarlos y complacerlos. Más de cien habitantes de ambos sexos mataron allí los ingleses. Duró el pillaje y destrozo toda la noche del 6 y el siguiente día. Fueron desatendidas las exhortaciones de los jefes, y hasta lord Wellington se vio amenazado por las bayonetas de sus soldados, que le impidieron entrar en la plaza á contener el desenfreno. Estableciose el orden un día después con tropas que de intento se trajeron de fuera".

En 2012 los británicos pretendían conmemorar el bicentenario de la "gesta" de Badajoz. Naturalmente las autoridades españolas se han negado.
Continúa Toreno:
"Sin embargo, las Cortes decretaron gracias al ejército inglés, no queriendo que se confundiesen los excesos del soldado con las ventajas que proporcionaba la reconquista de Badajoz. Condecoró la Regencia á lord Wellington con la gran cruz de San Fernando". (Conde de Toreno. Historia del levantamiento guerra y revolución de España, Madrid, Atlas 1953).

O sea, la Laureada. Después se le concedió a Wellington el ducado de Ciudad Rodrigo, la Grandeza de España de Primera Clase, el Toisón y como "regalo de fin de curso" al terminar la contienda, la finca granadina del Soto de Roma, que todavía disfrutan los descendientes de "el Duque de Hierro".

Y es que, como dice Charles Oman (The Peninsular War, 1913-27, 20 vols.), a los diputados de Cádiz no les quedaba en 1812 más remedio que aceptar que Wellington era "the inevitable man". Por eso en otoño de ese año le nombraron generalísimo del ejército aliado con mando sobre los generales españoles. Las medidas de organización que tomó el duque desde entonces, enérgicas, drásticas y desde luego necesarias, hirieron, sin embargo, el orgullo nacional y le enemistaron con muchos mandos superiores españoles. Ya Blake se había opuesto desde 1811 a los intentos de los diputados anglófilos de nombrarle comandante supremo aliado, sobre todo desde su flamante puesto de Jefe de su recién estrenado Estado Mayor General, pero Blake en otoño de1812 se encontraba prisionero en Francia después de la toma de Valencia por Suchet y no podía oponerse a la medida.

Wellington, un general áspero, duro, contradictorio, a veces extravagante (vestía de paisano para acudir a las batallas), pero siempre fascinante. Un rarito, vamos.
Wellington, una personalidad superior que no soportaba ni a los papanatas ni a los tontos (si saliera de su tumba en la actualidad volvería de inmediato a encerrarse en ella al ver el espectáculo). Y desde luego on the border line de la locura como buen representante de la casta de los grandes dictadores (de los grandes, digo). Se cuenta la anécdota de que después que Goya le pintara el retrato que acompaña a este artículo, Wellington lo contempló, sacó su espada, intentó matar al pintor y lo hubiera conseguido si no fuera porque el hijo de Don Francisco le apuntó con dos pistolas. Y es que Goya no se casaba con nadie. Sus retratos reflejan la descarnada verdad de las personalidades de sus retratados: locura, imbecilidad (retrato de la familia de Carlos IV), desdén. Wellington se puso de los nervios al contemplar su efigie porque se vio en el espejo.

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