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- ¿Rajoy? –te pregunta un Roig cabreado-.

– ¿Rajoy? –le inquieres, sorprendido-.

– ¿No es eso una vuvuzela? –replica-.

– Creo que sí…

– ¿Y…?

- Probablemente estará ganando "La Roja" a Paraguay…

- ¿"La Roja"?

- La Selección Española de Fútbol –le contestas, ahora, ya, un tanto irritado-.

No sabes si será cosa de la edad (Roig camina, afortunadamente, hacia los catorce años de existencia) o de su crónica e insalvable incapacidad para entenderos. Pero de lo que no cabe duda alguna es de que cada vez es un perro más contestatario, más incrédulo y, si te apuran, más mordaz y sarcástico…

- ¿Qué festejan? –te preguntó en un paseo reciente, tras observar como ventanas y balcones vomitaban, inusualmente, juguetonas banderas nacionales-

- La celebración de los mundiales de Fútbol…

- ¿Y?

Enmudeciste. Porque no te parecía del todo mal que los españolitos del siglo XXI no se avergonzaran, por fin, de ostentar públicamente enseñas patrias (odiadas, en gran medida, por la usurpación que de ellas hizo –en expresión atribuida a "La Codorniz"- "un fresco general procedente de Galicia"). Pero - qué se le va a hacer- , tienes la tendencia –a la que no piensas renunciar- de contemplar el mundo desde la utopía onírica, desligándote –todo lo que puedes; todo lo que te dejan- de la mezquindad real. Consecuentemente, crees en un mundo sin banderas (sin vuvuzelas), sin fronteras, sin lindes, sin lenguas disgregadoras sino integradoras, donde las armas sean libros; las pasiones, únicamente sexuales; las ideologías, limpias; los senados y congresos antítesis de los zocos; los políticos, servidores; los errores pasados, sepulcros y semillas de futuros de vívidas luces; los ejércitos, fotografías de pared; las escuelas, espacios libres de tolerancia, escultoras de valores; las ciudades, simplemente habitables; el amor, cuna de dicha; la palabra dada, la mejor acta notarial; lo no tasado, verdadero; la generosidad, gasolina de los cuerpos; la decencia, lo cotidiano…

- ¡Ya! –te espeta un Roig incrédulo-.

Salís a la calle y os metéis en un bar. Todo el mundo parece ser Rajoy. Todos portan y, lo que es aún peor, tocan, la vuvuzela de las narices. Una pantalla de cincuenta pulgadas centra las miradas, mientras las peticiones de cervezas no cesan, fruto de una solidaridad etílica que morirá con las vívidas luces de la mañana, probablemente. El tabernero se frota las manos. El neo-patriotismo vende. Se para un penalti. Se marca un gol. Y se llega al orgasmo asexuado…

- Antes se hablaba de los crímenes de la calle de Fuencarral, de la última corrida de toros, de los chotis y de Chueca, de…
Roig no te comprende…

- Nada nuevo bajo el sol… Te hablaba de la España del noventayochismo, salvando, ¡natural!, todas las distancias…

El lunes algunos de los allí reunidos retomarán sus quehaceres diarios, tras la oportuna charla sobre lo grande que es España. Un adolescente seguirá sin estudiar ni se enfrentará a las siete asignaturas pendientes… Tal vez un mecánico efectuará una chapuza -¿y van?- con la que saldrá del paso… El adolescente –ese, sí, el de las siete asignaturas- pensará en cómodos atajos para obtener el título de la E.S.O. El funcionario que gritó como un poseso –con su vuvuzela, sí-; ese mal funcionario que emponzoña el buen hacer de tantos, no atenderá al contribuyente o, en el mejor de los casos, lo mal atenderá. El bar, probablemente, hará limpieza a medias. El fontanero faltará a la cita y a la palabra dada e iremos tirando por la calle de en medio y… Y España –temes- seguirá siendo, en gran medida, la España de la chapuza y el trasero de Europa…

- ¿Y?

- Que debemos regenerarnos, Roig, que debemos regenerarnos… No quiero la eternización de la España machadiana de la pandereta…

- ¿Y?

- ¿No sería, ese, el verdadero amor hacia el país? Trabajar duro, con un alto nivel de auto-exigencia personal que, sumativamente, nos aupara como una nación fuerte y solidaria y modélica y capaz… ¿No sería, ese, Roig, el verdadero amor?

- Pero eso cuesta…Es más fácil tocar la vuvuzela…

- Más fácil, Roig, mucho más fácil…