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Leyéndoles a mis nietos el cuento de la Cigarra y la Hormiga caí en los paralelismos que se dan entre dicho cuento y la situación de nuestra sociedad. Hemos sido, todos, empezando por los Estados y terminando por nosotros mismos, alegres cigarras que hemos actuado y gastado sin preocuparnos por el invierno, que, a pesar del cambio climático, y por el momento, siempre acaba llegando.

Es indudable que el Estado del Bienestar del que disfrutamos en Europa es un logro para la humanidad y es un deber moral trabajar para que este sea un derecho en todos los países del mundo. Pero, de golpe y porrazo nos hemos dado cuenta de que este sistema, con la concepción actual es insostenible, no podemos gastar sin ingresar. Por otra parte, el clima de seguridad en el que hemos vivido ha provocado una relajación de los principios que permitieron llegar al Estado del Bienestar. Valores como la responsabilidad o el esfuerzo personal, y por qué no, el colectivo, han caído en el ostracismo frente a la exigencia de derechos y prestaciones.

Nuestros Estados se han endeudado más allá de sus posibilidades, a su vez, los años de bonanza han desembocado en un endeudamiento privado bastante peligroso. Y este esquema es aplicable a otros campos, porque, lamentablemente se cumple sistemáticamente. Todos tenemos en mente el desastre ambiental que sufre el Golfo de Méjico por el vertido de petróleo de BP. El presidente Obama reclama responsabilidades a posteriori, pero obviamos que antes de este hecho ha habido autorizaciones en masa sin el adecuado control sobre las mismas. Otro caso similar es el de las autorizaciones a cultivos transgénicos que se están dando en nuestro país. Ambas situaciones responden al esquema de no pensar en que todos nuestros actos tienen consecuencias y que cuando esos actos generan situaciones de riesgo, tarde o temprano acabamos teniendo un serio disgusto. Pedir responsabilidades a posteriori no sirve de nada, además de ser bastante más costoso, a todos los niveles, que prevenir.

La responsabilidad debe ser un valor diario, no sólo para cuando, tras el problema, queramos buscar culpables. Y es un valor universal, aplicable a todos, administraciones y ciudadanos.

La crisis nos está haciendo ver los resultados, no sólo de un mal gobierno, sino de un mal sistema social y económico. Fruto de ello son los recortes, salariales y de prestaciones. Y aun así, siendo necesarios, corremos el riesgo de que estos recortes, con el mismo esquema erróneo en el que nos hemos basado, sean sólo un parche. ¿Qué pasará cuando hayamos superado esta crisis? ¿Volveremos a actuar sin plantear la viabilidad de nuestro sistema en el futuro?. Los cambios deben ser más profundos, no creo que se trate de recortes sino un problema de gestión. A modo de ejemplo, no podemos sostener administraciones sobredimensionadas y poco productivas. Un recorte temporal en éstas no supone que cuando vengan mejor dadas, estas no sigan suponiendo un problema.

Concluyendo, los principios de la Producción Ecológica constituyen un claro ejemplo del esquema de pensamiento que debe aplicarse a partir de ahora. Principios que se basan en trabajar el presente de un modo racional para garantizar la disponibilidad de recursos en el futuro, recursos en cantidad y calidad suficiente. Los productores ecológicos somos conscientes de que la Tierra es nuestro medio y fuente de vida, en ella trabajamos, en ella vivimos (todos, los habitantes de los pueblos y los de la ciudad) y de ella nos alimentamos. Pero también es de nuestros hijos (los hijos urbanos y los hijos rurales), y por ello trabajamos para que la reciban en mejores condiciones de la que la tomamos. Esa y no otra es la verdadera condición de la sostenibilidad, la cual, bien aplicada, no requiere de medidas extremas tomadas cuando ya nada puede hacerse.