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M e lo contaba una amiga el otro día. "En verano volvemos a la casa familiar y como somos tantos nos estamos planteando poner una centralita. Así en plan, si quiere hablar con papá pulse 1, con mamá 2, con Roberta 3, con Juana 4, con Teodoro 5, con Anita 6, con la abuela 7; para contactar con otros moradores, manténgase a la espera". No me extraña que se lo planteen. Lo de las centralitas es lo más de lo más, aunque no sea nuevo. La alianza entre los adalides de la racionalidad y la eficiencia y la perspicacia comercial de las operadoras de telefonía han convertido cada vez más la comunicación con entidades públicas y privadas en una pesadilla para el común de los mortales. La crisis ha acabado de arreglarlo y dentro de nada me veo diciendo o marcando numeritos para pedir una pizza. La cosa no tendría mayor problema si no fuese porque con este sistema la pizza se acaba indigestando tras el aperitivo de "perdón(es) pero no lo he entendido" o arruina la cita con tu amigo alérgico al queso al traerte la 7 -cabrales, roquefort, gorgonzola y mejillones- en vez de la 17- bacon y cebolla. ¡Con lo que mola que una persona humana te coja el teléfono!