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Los domingos o festivos, se cruzaba el puerto de Mahón con una de las embarcaciones a motor, desembarcando en el muelle de Villa Ignacia, en la Bona Nova, en el pequeño desembarcadero de Cala Rata, el muelle de la familia Moysi, de reciente construcción, es més llarg i ben fet de tots; a continuación a pocos metros la Pilar Alonso, La Solana, Cala Llonga y Venecia. En julio y agosto el itinerario llegaba hasta la caseta que se hizo aquel grupo de amigos del 22, dando nombre al desaparecido Plus Ultra, del que tanto podría escribir. Algún día intentaré complacer a Marianna, una vez enterada de la infinidad de datos y anécdotas relatas por mamá Teresa, que todos los años iba a pasar una semana de vacaciones en aquel lugar. Pudiendo añadir, del porqué del nombre asignado a la garita conocida per es tuf. Dato adquirido d'en Gori.

Mas, en estos momentos, me encuentro en la embarcación que a modo de berguins y tras pagar 5 pesetas, te cruzaban a s'altra banda, para continuar a pie hasta la Cala des Murtar o la Mesquida. Allò sí que era anar a vega. Se empezaba subiendo la empinada ladera de San Antonio, caminando por el largo y angosto camino de cabras, hasta que por fin divisaban sus respectivos destinos.

De elegir San Antonio para pasar la jornada, se debía hacer desde muy temprano; otros, provistos de una barquichuela, habían llegado la tarde anterior, yendo a pescar con el alba, quedando en su especie de refugio que le otorgaban las matas, cubriendo el suelo con mantas de soldat, viejas lonas adquiridas a can Ponsetí, bajo la cuesta del General que ofrecían al público, a un módico precio.

Esta misma cala, frecuentada por familias y grupos de amigos, ocupando espacios que les ofrecían ses mates, tamarells con sus correspondientes sombras. Los mayores quedaban cobijados en el lugar destinado, mientras que los que deseaban dedicarse a la captura de escupinyes, corns, pegellides, gozaban de un buen espacio . Aquello sí que era gozar de una democracia. Ni guardias, ni civiles, ni sepronas, ni ayuntamientos, ni consells. Libertad absoluta, para que después me escriban diciendo de dictaduras… Dictadura, ahora que no se puede mover un dedo per res.

Los más pequeños, gozaban de ir llenando el cubo de caracoles, cangrejos y cuanto iban capturando. Otros pescaban hasta que por fin llegaba la hora del chapuzón. Mientras, las mujeres, en un fuego preparado por los más fuertes del grupo, iban cociendo el caldo que más tarde se convertiría en un sabroso arroz o una caldera.

Un auténtico placer; no había porqué cargar con las verduras propias del sofrito, ni tan siquiera llevar patatas: en la finca, aquel hermoso caserío del puerto mahonés auténtico vigía, disponía de un matrimonio de aparceros desde varias generaciones atrás y sa madona las vendía entusiasmada de poder servir a su público dominguero.

En aquella orilla norte, desprovista de arenales, donde por el contrario todo eran piedras, para no dañar los pies que huían de los vogamarins, se tomaban los baños de mar con zapatillas de goma, para protegerse de los pinchazos de las púas que frecuentemente precisaban, para poder ser eliminadas, utilizar una piel de sobrasada restregada por encima, lo que facilitaba su extracción.

Llegada la hora de comer, las familias se distribuían, tal cual habían hecho la noche anterior tras la cena y juegos de cartas, alguno de ellos rascaba la guitarra, mientras le acompañaban con romanzas y fragmentos de conocidas operas o zarzuelas.

Por regla general, la comida de los que tan solo iban a tomar baños de mar i dinar, consistía en una ensaladilla rusa, milanesas y sandía o melón. La guinda, la ponía Mateo, aquel querido Mateo Martínez es gelater, que llegaba al lugar con su heladora de corcho, repleta de sal y hielo picado, llena de helado mantecado, tan rico, que distribuía sobre dos galletas de neula. ¿Cómo íbamos a olvidarlo?

Reconozco que fui una niña muy afortunada, paseé por el puerto infinidad de veces, con toda clase de embarcaciones; tal vez, la más preciosa fue la canoa de madera en color natural, de los señores de San Antonio. Don Ramón Delas y su esposa doña Camila de Vigo venían todos los veranos con sus hijos, familiares, amigos y servidumbre, estableciéndose en el bello caserón, que si mal no recuerdo doña Camila compró a su hermano en los años 40 ó 41. Al que los ingleses llamaban The Golden Farm.
No puedo olvidar a Julio, chófer de la familia, que también lo fue de Emilio Orfila des Quatre Vents, del cual tanto tengo por contar.

Recuerdo que unas semanas antes de desplazarse aquella familia, don Ramón desde su despacho llamaba por teléfono al cuartel de la Guardia Civil, muy cerca de mi casa, donde el guardia que estaba de puertas, venía en busca de mi padre, al que le hacía saber tal dia vindré. Gori se disponía a poner a punto la canoa, ya que tan pronto desembarcaban del vapor correo, tenien un desfici per anar a passejar.

La primera vez que los mahoneses observamos el esquí acuático fue gracias a una de las nueras de los señores de San Antonio. Es 'lentes' van fer feina todo el mundo habló de las bellas siluetas que hizo aquella hermosa mujer, comparándola con Esther Williams.

Otra gran embarcación fue el balandro "El Mouro". Éste pertenecía al hijo mayor de la familia, José María. Tampoco he olvidado a sus hermanos Joaquín y Jaime.

Fue un placer la charla que mantuve el verano del 2000 con José María, íntimo del hijo del aparcero de la finca de San Antonio en Mateuet, cuyos antepasados habían desempeñado el cargo de aparceros del lugar. Fue su padre el que por las noches, después de la cena, les explicaba de las visitas que a lo largo de los años habían recibido en aquel caserón. Entre ellos el príncipe de Gales Eduardo VII, hijo de la Reina Victoria. La emperatriz de Austria-Hungría, Elisabeth, llamada familiarmente Sissi. De ésta, les había chocado que siempre saliera con la cara tapada. Otra de las huéspedes del caserón fue la reina María José de Saboya, mujer aficionada al mundo de la arqueología, a quien durante su estancia en San Antonio todos los días iban a buscar con su coche para mostrarle las riquezas talayóticas que los menorquines poseemos. También uno de los más carismáticos notarios, como fue el doctor Flaquer.

Cuando más enfrascada me encontraba escribiendo datos y curiosidades vividas en la infancia, recibí el periódico 'Menorca' y con él una desagradable sorpresa, al leer la esquela de María Nicolás Llabrés. Para todos siempre fue Maruchi, una de las niñas más bonitas del colegio de las monjas Carmelitas, la que cuando mi madre me dejaba llorando, ella junto a otras niñas de su edad, intentaban consolarme entre sus amorosos brazos. Lo he sentido con todo mi ser, la he llorado con toda mi alma, a la vez que rezado pidiéndole a la virgen del Carmen patrona de los hombres del mar, que la trasportara con esmero y sigilo amb sa barqueta sense calafetar, la última embarcación que los mortales utilizamos para surcar nuevos mares y océanos. A buen seguro que al alcanzar la costa, será recibida por todos los suyos, que la premiarán por cuanto representó en esta tierra terrenal. Hija ejemplar, esposa amantísima, madre y abuela de dalt de tot y amiga incondicional.

Desde este Talaiot de Trepucó, reciban su afligido esposo Ernesto, sus hijos, Joan y Dori, Isabel y René, Baltasar y Mamen, Sonia y Vicent y sus nietos, de los que con tanto amor hablaba, mi más sentido pésame, añadiendo lo que en tantas ocasiones ya escribí… Las personas queridas jamás mueren y mucho menos la hija de Na Industria, que siempre fueron tan queridas por aquel Gori, sintiéndose parte de los Llabrés y los Félix.

Descansa en paz, Maruchi, siempre guardaré, en lo más profundo de mi corazón, nuestras últimas conversaciones telefónicas como algo muy preciado, muy querido e inolvidable.