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El viernes por la noche salta la noticia en la redacción. Un grupo ha acampado en la Explanada de Maó. La costumbre de recibir avisos casi siempre exagerados hace que cuando se destila lo que realmente sucede no me sorprenda. Quince jóvenes se están preparando unos macarrones en plena plaza. Salta la duda, ¿esto está permitido? Dudas. En una sociedad en la que ya casi todo está regulado, dónde beber, dónde fumar, dónde barrer, en la que en algunos lugares se establece la inconveniencia de circular por la vía pública enseñando demasiada carne y al mismo tiempo demasiada poca, ¿se les habrá escapado a nuestros políticos la posibilidad de que al ciudadano le dé por prepararse un estofado frente al Ayuntamiento? La ordenanza de espacios públicos de Maó no especifica sobre gastronomía. Habla de la prohibición de encender fuego en general y de disfrutar de las populares barbacoas en plena calle. Y aquí entramos en la disquisición: ¿un fogonillo equivale a encender un fuego o se asemejaría más a utilizar un mechero? Más dudas. Esto prueba que entrar al detalle en las prohibiciones y regulaciones siempre, necesariamente, deja cabos sueltos. Es mejor, por tanto, aplicar el principio general que establece la propia ordenanza: que no se moleste al resto de los vecinos y paseantes. Si lo cumplen, bien, y si invitan a macarrones, mejor.