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Agosto, el mes más esperado y el más significativo para la Isla, comenzó ayer con la trágica noticia de dos cicloturistas atropellados y muertos sobre el asfalto. No es el primer accidente de estas características, hay precedentes con el mismo esquema, aficionados a la bicicleta que aprovechan el fin de semana para salir a hacer deporte cuando el sol empieza a despuntar y se cruzan con alguien que se retira a esa hora después de una larga noche. Nefasta combinación que se ha llevado por delante no sólo la vida de deportistas sino la de otros muchos inocentes que han tropezado con esa fatalidad de las vacaciones o los días festivos.

Dos familias y el amplio colectivo menorquín de aficionados a la bicicleta están de luto y buscando explicaciones todavía a la desgracia. Pero el dolor que llena el ánimo de todos deja lugar también al deseo firme de que no vuelva a ocurrir, lo que implica la adopción de medidas que lleven eficacia allí donde no bastan las normas generales de tráfico. El ciclista seguirá siendo vulnerable y el más frágil sobre el asfalto, pero si se mejoran las condiciones viarias y, sobre todo, se persigue con más rigor al infractor y se previene con más celo el riesgo, dejará de ser la víctima desprotegida.