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Empresarios y vecinos del puerto de Maó han expresado su protesta por las molestias que causa ese fenómeno juvenil conocido por botellón. La queja no es novedosa y las instituciones intentan regularlo desde una actitud general de tolerancia y aplicando criterios de orden público, el mismo sobre el que se apoya la inquietud vecinal. Desde ese punto de vista, no importa tanto que los jóvenes beban y en ello basen la diversión del fin de semana o las noches veraniegas como el ruido y la suciedad que dejan a su paso.

El caso ha vuelto a suscitarse en pleno apogeo de las fiestas patronales, que en los últimos años albergan una especie de botellón itinerante del que se hace exhibición pública por parte incluso de menores. No hace falta explicar que ni todos cuantos asisten a la fiesta ni la esencia de la misma tiene necesariamente vinculación con el alcohol, pero es constatable que se ha convertido en un contexto perfecto y a menudo identificado con todos los elementos del botellón. En este caso no suele haber problemas de alteración de la tranquilidad ciudadana, pero tal vez el problema habría de enfocarse desde los conceptos de responsabilidad y conducta social.