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Por si no fuera poco con tener sueldos que no les permiten emanciparse, y conocer hasta los más mezquinos entresijos del mercado del alquiler, especialmente en las grandes ciudades, Hacienda les ha dado la bienvenida al mundo real, el del contribuyente. Muchos de los beneficiarios de la llamada renta básica de emancipación atienden ahora la llamada del fisco que les dice "hey, qué hay de lo mío" y han madurado como contribuyentes a golpe de IRPF y gracias a la ayuda del Ministerio de Vivienda para que abandonaran el nido paterno.

Aunque por ingresos no tuvieran obligación de declarar, ya que precisamente por eso se aprobó su solicitud, la renta básica se computa como ganancia y, al igual que otras ayudas estatales, tributa, por lo que algunos jóvenes se ven envueltos ahora en una maraña de papeles, alegaciones, sumas y restas y se sienten engañados, porque la ayuda del Gobierno ha resultado ser, más que un billete a la independencia, un caramelo envenenado.

Y ciertamente si pensionistas, parados y perceptores de otras ayudas tienen que estar al corriente de sus obligaciones fiscales, ¿por qué no deberían de hacerlo estos jóvenes? Es exigible y legal, pero también parece inmoral, cuando dicha renta se vendió como otra 'moto' social, panacea del joven mileurista.