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El abandono del edificio que acogió en Maó el último hospital militar produce una pésima imagen de la ciudad y de sus gobernantes y avergüenza a sus ciudadanos. Cada verano aparece la denuncia del impacto que provoca al visitante por mor de su situación estratégica a la entrada del casco urbano, en uno de los cruces de carreteras más transitados. En municipios que cultivan la autoestima resulta impensable soportar un insulto estético de estas características y en destinos turísticos es capaz de arruinar la campaña de promoción más imaginativa. Sin embargo, hace más de un lustro que esta ruina se ha convertido en una especie de emblema urbano.

El Ayuntamiento apela a la responsabilidad de la propiedad en la situación creada. Tiene razón, pero no basta, porque se trata además de un problema que trasciende el interés general y, en ese caso, la Administración debe responder a través de los recursos de que dispone. Hay soluciones para suavizar el golpe visual, de reducido coste, que no se han aplicado, lo que denota falta de voluntad real por hacerlo. El del hospital militar es un caso flagrante de denuncia, aunque no es el único de una ciudad que parece asumir con desgana su condición turística.