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Inexplicablemente Colombo estaba ahí, con su vieja gabardina y su puro a medias. ¡En la "Penya"! Su perro, prodigio de vitalidad, yacía plácidamente junto a Roig, observando, abúlico, mi detención. El sagaz policía de Los Ángeles lo tenía todo: mi confesión (¿quién puede resistirse a las increíbles dotes deductivas del detective?), el arma homicida, la víctima y un enorme charco de sangre… Sin embargo, le faltaba el móvil. Ya saben ustedes: oportunidad, arma y, ¡natural!, el móvil… Pero cómo carajo le podía explicar yo al policía estadounidense lo del móvil… ¿Cómo podía explicarle que todo se había debido a un ejemplar del "Menorca"? ¿Al sadismo que denotaba Leovigildo, la víctima, cuando lo leía en "Sa Penya"…?

Leovigildo -la víctima, sí- llegaba al bar, cada mañana, sobre las seis. Con una puntualidad obscena. Antes de entrar aguardaba al repartidor de "Es Diari" y con una habilidad anormal se hacía con el ejemplar. El resto de clientes de "Sa Penya" habíamos intentado competir, en ocasiones, con él, pero inútilmente. Y Leovigildo, el muy cabrón, lo sabía. Luego, con el "Menorca" en la mano, cruzaba el local, a lo John Wayne, mientras el resto de parroquianos le observábamos con rabia y a la vez con respeto. Y es que (¿qué quieren que les diga?) leer el periódico en el bar es otra cosa. Cafetito, periódico y cotilleo. Algo tan nuestro como la siesta. Consciente de su poder, Leovigildo -la víctima, sí- iniciaba inmediatamente después la lectura del "Menorca", consciente también de que todos esperábamos turno y andábamos ansiosos perdidos. Mientras saboreaba el cafetito recién servido por Seo o por Juana, Leovigildo (la víctima) leía los titulares de la primera página, mirándonos de soslayo, con una parsimonia amanerada, mientras la baba se le iba cayendo de la boca para acabar confundiéndose con la espuma del café.

Inmediatamente después giraba las páginas con una lentitud exasperante. Y nuestro tormento, ¡natural!, crecía. Y aún más cuando de repente se detenía y volvía a páginas anteriores. El odio arreciaba entonces entre todos nosotros. La desesperación alcanzaba el paroxismo cuando llegaba a la sección de Margarita Caules, que se leía entera, comentándola o a la sección retrospectiva del "Pater". Pasaba luego, con experta gradación del tormento, a los comentarios sobre el tiempo, a las cartas de los lectores, a los horarios del "Ocimax", al cupón de la "Once", a las páginas deportivas… ¡Y sus miradas de soslayo! ¡Cómo dolían esas miradas y esa mueca de pervertido! Cuando le tocaba el turno a las esquelas, algunos de nosotros ya parecíamos el increíble Hulk o el Hombre Lobo. Porque rabiosos, rabiosos, sí que lo estábamos. Eran aproximadamente las siete de la mañana cuando creíamos, ¡inocentes!, que la cosa iba a concluir. Entonces Leo cerraba el periódico y cuando parecía que iba a dejarlo finalmente sobre la barra, lo rescataba ágilmente y emprendía su relectura. El día que intentó rellenar el "sudoku" fue el del ataque al corazón de Valentina, la pobre panadera de la esquina… "¿Quién no ha sentido, alguna vez, algo así?" -le comenté a Colombo a modo de excusa-. ¿Quién no ha experimentado odio hacia ese compañero de taburete que se eterniza en la lectura del diario en las mañanas eternamente repetidas mientras uno lo espera como paciente corderito?" "Y fue entonces –le comenté al detective- cuando se me cruzaron los cables. Vi el cuchillo de cocina y no pude contenerme…" Colombo me miraba con comprensión, piedad y ternura mientras procedía a mi arresto…

Me desperté. ¡UF! ¡Menuda pesadilla! Colombo estaba ahí, pero en la TV del dormitorio, encendida, a causa del poder del sueño nocturno repentino. ¡UF! ¡Menuda pesadilla! -me repetí-.

Al cabo de una hora, sobre la seis, vi nuevamente a Paco en el quicio de la puerta de "Sa Penya", esperando una vez más al repartidor, vivito y coleando. Arreció en mí, por enésima vez, el odio. Le pedí a Seo un cortado y que se llevara el cuchillo de cocina que yacía, plácidamente, junto a un sifón. Seo me hizo, afortunadamente, caso. Pensé que, al fin y al cabo, el sifón o el sifonazo podía ser una buena alternativa… Eso sí, menos sangrienta…