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"¿Pero cómo pudiste acabar en el depósito de cadáveres, estando aún vivito y coleando?" Esa era la pregunta que le formulaban todos. E Iñaki no sabía, a ciencia cierta, qué responder… ¡UF! Lo único que tenía claro era que el azar, y sólo el azar, le había salvado "in extremis". De hecho fue milagroso que el celador se dejara, en la cámara frigorífica, junto a su presunto cadáver, el bocata y regresara luego a buscarlo… "Dicen -comentaba Iñaki al narrar los hechos que acaecieron- que el celador sufrió un ataque de ansiedad cuando vio cómo mi cuerpo se movía y mi boquita susurraba algo parecido a "¿Dónde carajo estoy?". ¡UF!

¿Que cómo empezó todo? Iñaki únicamente recordaba aquellas cervecitas ingeridas, sin medida, en el chiringuito playero de turno, mientras aguardaba, estoicamente, ¡iluso!, la llegada de las jóvenes del anuncio de marras, tan mediterráneas ellas… Eso y la mezcla, inconsciente, de las "birras" con sus nuevos antidepresivos… ¿Y…? Sí… Había algo más. Se había tumbado luego sobre su toalla, bajo el cielo protector de una sombrilla indescriptible…Y…
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Doña Obdulia se lo había comentado a su marido mientras éste cubría el voluminoso cuerpo de su esposa con crema solar con la eficaz ayuda de un rodillo, en la playa. "Lleva horas sin moverse". El marido también pensaba en las jovencitas de la "Damm" mientras le perturbaban conocidos versos de Calderón sobre la vida y los sueños… "¡Qué lleva horas sin moverse, Paco, horas…!" El marido miró a Iñaki que dormía plácidamente sobre la arena… Una vez protegida, doña Obdulia se levantó (el terremoto producido no alcanzó, al parecer, peligrosidad alguna) y se dio un garbeo por el litoral. Su encuentro con Menchu fue providencial. "Menchu: allí hay un tío que lleva toda la tarde sin moverse" -le espetó-. Ambas se despidieron, tras hablar de las últimas desventuras de Belén Esteban… A su vez Menchu comentó el hecho con otra conocida, Paca, que andaba también por aquellos mismos andurriales playeros… "Me han dicho -señaló Menchu- que ha sufrido un desmayo". Paca, la Paca, se lo contó, a su vez, a Reme, en el chiringuito: "¡Creo que ha sido un infarto…!" Oyéndolas un vecino de mesa se inquietó… "¿Habrán avisado a alguien?" -preguntó retóricamente-.

La conversación fue captada por una italiana que, añadiendo su granito de arena, informó a su esposo: "Un joven ha muerto en el arenal, caro Paolo, y lleva ahí tumbado desde hace horas sin que nadie haya acudido a retirar su cadáver". El marido de la italiana oteó el horizonte y, tras percatarse de que no había señal alguna de las jovencitas cerveceras mediterráneas, dijo aquello tan típico de "¡Qué país!" Finalmente entró en acción de forma contundente y llamó al 061. Al cabo de breves momentos se personó un abúlico médico recién salido de la Facultad -una de las primeras promociones de la ESO- y una enfermera proveniente de las "festes de Sant Lluís". Acojonados por la impresión y abducidos por los comentarios, cada vez más objetivos, de doña Obdulia, su cónyuge, doña Menchu, la Paca, la Reme, el cliente del bar, la italiana y su esposo, el joven médico extendió sin miramiento, y tras lisonjero examen, el certificado de defunción de Iñaki, mientras un juez burocratizado ordenaba el levantamiento del cadáver…

Cuentan que, mientras ocurrían los hechos, desembarcaron en la playa dos esculturales modelos, famosas por un conocido "spot" y que su presencia tal vez tuvo algo que ver con la ligereza con la que se hicieron los dictámenes médico y judicial.

Cuentan, asimismo, que, desde lo ocurrido, cuando Iñaki se tumba al sol en una playa -y vistos los efectos demoledores de eso de darle a la sin hueso- suele colocar junto a su sombrilla un enorme cartel que reza: "Sólo estoy dormido. O a lo sumo bebido. Sigo vivo. Gracias".