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Qué lástima que me dan. Bueno, en realidad es una mezcla entre lástima y repugnancia. Estoy hablando de un programa de televisión que se llama Hombres y Mujeres y viceversa.

De ahí el título de mi columna de hoy. El pasado martes, en una de esas sobremesas de una tarde de agosto con tintes de infinita, dimos con el espacio televisivo en cuestión mientras estábamos centrados en una partida de cartas en las que te juegas el honor con los colegas. Si en tu menú televisivo no ha aparecido nunca este bodrio, bendito tú, no lo busques, de verdad, no merece la pena.

El show en cuestión trata sobre hombres y mujeres, con algunos ejemplares que rozan el límite de lo normal y lo anormal, que se quieren y se dejan de querer con una rapidez alucinante. Como el que deshoja una margarita pero con unos modales y una tontería que exaspera. Si no entendí mal la mecánica del 'documental' entre primates, una chica está sentada en un trono y tiene a su merced a una colección de maromos idénticos en el corte de pelo, la ropa y la sonrisa, así como en el coeficiente intelectual. La 'princesa' debe elegir a su pretendiente después de tener algunas citas con los muchachos. Ellos le juran y le perjuran que están enamorados de ella y que ella es la chica especial de su vida por la que siempre habían luchado y no sé qué gilipollez más.

En estas, ella va y se lo cree o no, y como el que desecha una manzana en mal estado, despecha a los guaperas de turno, que ya digo, son fotocopias unos de otros. Ellos hacen el paripé en el plató, le lloran a 'la princesa', se humillan y, con un poco de suerte y mucha lástima, en un acto denigrante, ella les concede una segunda oportunidad.

Mientras la niña en cuestión se luce ante la cámara con el único objetivo de gustar lo suficiente a la audiencia para cuando se le acabe el chollo pasar a engrosar páginas de la prensa rosa y a vivir del cuento fulaneando por la televisión de plató en plató. Antes de que se me tache de machista, debo reconocer que el programa también se hace o se hacía siendo el chico el que debe elegir, mientras ellas ponían más escote que empeño en conquistarlo.

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? En mi opinión nos sobran príncipes y princesas.
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dgelabertpetrus@gmail.com