1923 - CALA FIGUERA. - Archivo

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No sé qué ha de pensar de llegar a leerlo mi amigo del alma. ¿Será lo suficientemente humilde esta xerradete? ¿Qué dirá mi apreciado confidente, mi admirado padre Macián, padre de tantísima gente, inclusive de aquel que el 31 de agosto de 1994 cruzó el canal para despedirse de su puerto cruzado en tantísimas ocasiones, tantas que me sería imposible poder llegar a contabilizar. A buen seguro que a su paso por cala Figuera se debió acordar de su adolescencia, picando en la fragua del señor como él le llamaba a Vicent Marí. Allí, en sus desguaces, junto a hombres curtidos. Decía el de las motoras, que en una de las dependencias donde dejaban sus escasas pertenencias, en verano un sau i en invierno un capot y por supuesto varios sacos. Todo ello, junto a un cajón con el plato de los llamados de soldado y una cuchara de madera, no precisaban de nada más, con las manos cogían lo que hoy es indispensable hacerlo con un tenedor. El cuchillo, siempre les acompañaba, plegado y guardado en uno de los bolsillos del pantalón junto a varios cordeles debidamente doblados y rematados con un nudo.

Entre el personal, varios pobres, monetariamente y de espíritu, se encontraban desguazando. Se destacaban en varios grupos: los herreros, los verdaderamente entendidos de cómo se debía trabajar el desguace, otros provenían de la antigua fábrica de los hermanos Ruiz Verd, entre ellos se destacaban los procedentes de talleres de mestres d'Aixa. Desde lo alto del camino que conducía a Villa Carlos, se escuchaba con insistencia los sones producidos por los fuertes martillazos, e incluso des malls que éstos pesaban una ronyonada.

Entre los infatigables obreros se encontraban algunos fornellers, a buen seguro que un tal Juan Mesa debía ser natural del pueblecito ribereño, mi padre siempre habló de él, le impactó cómo vivía y lo poco que precisaba para ello, era de los más ancianos del grupo, un auténtico entendido de la climatología, mucho más que cualquiera de los que en la actualidad salen ben mudats frente a la pantalla del televisor para anunciarnos si lloverá o no, si hará calor o no, él, sin artilugio alguno, cinco días antes anunciaba a sus compañeros de dónde sería el viento, según es caparrots que hi havia allà dalt.

Aquel pobre Mesa, hijo de Dios sabe donde, dormía a la vez que usaba como su propia casa una de las cuevas del mismo acantilado de la cala. Uno de aquellos días, andaba muy contento, no había para menos, el señor Mari le había donado un capote de grueso paño, unos pantalones y varias botas todo ello proveniente del último barco que había atracado procedente de Marsella. Que nadie se pregunte, si el calzado coincidía con el de sus pies, pues claro que sí, el disponer de un par de botas, venía a ser como aquel que dice... un homo ric. Si eran grandes, mejor, se introducían papeles en el interior y si eran pequeños, se hacía un boquete en las punteras por donde poder asomarse los dedos i tot aclarit. Con que orgullo se podía presumir ante amigos si es que los tenían, o frente a los transeúntes de las calles, al llevar los pies resguardados de las inclemencias en los fríos inviernos. Llegada la festividad de tots es morts, junto a sus escasas pertenencias se mudaba de casa, siendo acogido en el hospital civil, hasta la entrada del buen tiempo en que de nuevo pululaba por la aludida cala.

Me explicaba mi padre, que en gloria esté, que en Vicent Marí, era una gran persona, por algo él también provenía de una familia muy humilde, sabía lo que significaba la necesidad, el trabajo duro y la lucha para poder llegar donde él gracias a Dios y a la diosa fortuna le acompañaron, sin olvidar su espíritu lanzado y comercial, buen negociante , impecable caballero, correcto, serio, formal, humano, todo ello junto a su buen corazón como se decía antaño, le guiaban por el camino de apiadarse de aquellas gentes. Así es como en Mesa poseía en su recinto de mullido camarote, que a buen seguro cruzó mares y océanos, Déu sap qui hi devia haver dormit, una palangana e incluso en uno de los salientes de la roca colgaba un espejo que a buen seguro hoy sería apreciado por cuantos vamos en busca de cosas antiguas.

Otro de los asiduos, que al igual que el más arriba citado, tan sólo era lo que ahora se conoce como trabajadores eventuales, que se presentaba muchos días por si podía hacer algo fer feina una estona, era un tal Xec de la casa, su apellido dejaba bien clara su procedencia. Impecable trasladador de sillas, maestro en el arte de colocarlas en lo alto del carruaje que a este menester tenían destinado. Como muy bien decía, con los ojos cerrados colocaba aquellos asientos uno tras otro llegando hacer tres vestes, habilidoso en el momento de atarlas, presumiendo de haber confeccionado las cuerdas que utilizaba.
Según él, siendo un niño y debido a la proximidad de su hogar con la plaza de san Francisco, la casa de misericordia, bajaba por la cuesta del general junto a otros chavales, para ir a trabajar en casa de don Mateo Ponsetí, que amén de velas, trabajaban kilómetros y más kilómetros de cuerdas, que eran adquiridas por buques, embarcaciones, transportistas, constructores, las gentes del campo y para el uso doméstico también, no hay que olvidar que se precisaban para sacar el agua de la cisterna, entre infinidad de otras muchas más necesidades.

Como muchas de las personas que vivieron los tiempos d'en Xec de la Casa, era un empedernido fumador, de lo cual se vanagloriaba. El señor Marí, le solía dar rienda suelta junto a un enorme montón de cuerdas que él iba ordenando. En una de las paredes, infinidad de troncos de ullastre enclechados en la misma, que el cargador de sillas, iba colocando según el grueso, quedando bien clasificadas. Pero volviendo al tabaco, le encantaba explicar a los trabajadores del desguace, sus buenos tiempos de fumador, parece ser que se inició siendo muy pequeño, decía que le había ayudado a matar el hambre, no obstante distinguía las diferentes categorías de tabaco. Lamentándose que las salidas del Teatro ja no eren el mateix, ses llosques eren molt magres. Claro está que sus conocidos y competidores en la recolección de las sobras de cigarros, de siempre le habían envidiado. No había para menos, si se tiene en cuenta que en Xec de la casa se desenvolvía en un ambiente propicio para ser de los primeros, en acudir a lugares preferentes de buenos fumadores. Al ir a recoger las sillas que la casa de misericordia alquilaba para toda clase de eventos, conciertos, fiestas patronales, festejos familiares, para los cultos litúrgicos.... daba pie a ir recolectando a la vez que no perdía calada en ses cadires.

Volviendo a lo que iba, alababa las escuadras inglesas las preferidas por él, aquel tabaco que fumaban los marineros ingleses siempre fueron los más aromáticos, en comparación con los buques rusos u holandeses, que el picadillo no le satisfacía tanto. Mas el, con tal de hacer qualque caledeta se conformaba con cualquier cosa, desde pota a las hojas de patatas, que en sus tiempos era lo más selecto de aquel Mahón de triste recuerdo.

Añadiendo que cuando embarcaban el tabaco de pota en el buque correo, solía apuntarse para desembarcarlo, de esta manera tenía la opción de poder barrer el carro y hacerse con lo que había caído de los sacos.

Otro día tendré que escribir de los barcos en los que Gori intervino en el desguace, era un chaval, pero cuando llegaba a su casa, a pesar de sentirse físicamente cansado i amb ses mans fetes malbé, escribía en un trozo de papel el nombre del buque, su procedencia. Es por ello que al reforzar el techo de su garage, lo hiciera con arboladuras y dos vigas del Gorge Faustin.

No puedo despedirme, sin mandar un saludo a la señora Adelfa Marí, viuda de Tudurí, única hija de aquel honorable caballero que fue don Vicente Marí de grato recuerdo, al cual tuve la oportunidad de conocer y tratar siendo una niña, debido a la gran amistad que le unía con Gori, el que hace 16 años partió para encontrarse con su Dios, sus familiares y amigos del puerto de Mahón.